Algunos vecinos son como los escritores: dejan su obra cuando se van.

El mío, por ejemplo, se marchó de vacaciones y un batallón de albañiles tomó su casa. Por el estruendo de tabique en peligro, probablemente quieran dedicar el piso a una academia de pole dance o a un circuito de karts.

Pasar el verano en la ciudad depara este tipo de giros, que debes contestar con ingenio. «Ah, ¡estás pasando un verano como los señores de antes!», me escribió un amigo. Recibí el mensaje en lo que procedí a llamar mi segunda residencia, el hogar de mis suegros. Ellos se han ido a la aldea, así que, en efecto, estoy veraneando como las buenas familias de antes: en otro barrio de mi propia ciudad. Pronto aprendí a decir lo mismo que dicen todos los idiotas que no son de aquí: «Es que es como un pueblo».

Convertido en ciudadano modélico (¡hay que potenciar el turismo de interior!) y en eventual filósofo (todo viaje es un viaje interior), he pasado días maravillosos. He disfrutado del parque de la zona más que de Central Park y he paseado por las calles céntricas, donde no es ya que haya rebajas, es que en algunos casos el covid las ha convertido en las últimas: liquidación total.

Con los pies en remojo de una piscina toi, un peluche de Peppa Pig haciéndose el Gatsby boca abajo, he tarareado mi canción del verano: Summer in the City , de Looving Spoonful. Arranca con acordes tristes: «Mi nuca se pone sudorosa y sucia / la gente camina por la sombra / con la cabeza convertida en una cerilla». Pero en el estribillo cambia: «Pero por la noche es un mundo diferente». Justo ese momento, sí. Cuando descubres que abrir un botellín, o incluso una novela de otro siglo, es pasar la puerta de embarque. H

*Escritor