Sí, tengo vergüenza ajena. Es la vergüenza que siento por todo lo que han hecho los ubicuos corruptos de los partidos políticos; por no haber sido capaces de hablar, al menos, si no negociar, los políticos independentistas catalanes y los miembros del Gobierno de España; por las declaraciones de los representantes de los partidos que me hacen sonrojar respecto de lo que les atañe y que no pueden esconder o disimular por más tiempo a causa de las sentencias firmes y de los juicios que se están celebrando; estoy apurado por el daño que están haciendo, todos ellos y algunos más, a la imagen del proyecto común que se llama España, y a los proyectos que ésta incluye, que se pueden llamar comunidades autónomas, partidos políticos y sociedad o ciudadanía.

De la vergüenza ajena se dice que es un concepto muy corriente en la lengua castellana: es lo que se siente cuando vemos que alguien hace algo mal y no podemos evitar que lo haga; y sentimos dentro de nosotros lo que creemos que sentiría la persona que lo hace, si se pudiera ver a sí misma. En realidad, dicen los neurocientíficos que la vergüenza ajena es una de las formas dolorosas de empatía.

Parece que estamos derrotando el camino evolutivo en el que los animales de ambiente terrestre fueron dominados por especies con los sistemas sociales más complejos, especies que han aparecido rara vez en la evolución. La eusocialidad se ha dado en poquísimas ocasiones, en algunos insectos y en los homininos de los que somos la especie reina.

Si, como dice E.O. Wilson, la selección natural es multinivel, es decir, actúa sobre los genes que prescriben objetivos a más de un nivel de organización biológica, como la célula y el organismo, o el organismo y la colonia, deberemos tenerlo presente para actuar como comunidad (como organismo social) contra los elementos cancerosos que nos dañan.

Los tramposos están ganando en el seno de nuestra colonia social porque ganan una fracción mayor de los recursos, evitan cumplir las normas gravosas que nos hemos impuesto por medio de las leyes o claramente las quebrantan. Si el número de tramposos es elevado, como colonia (como sociedad en la que abundan los tramposos) perderemos ante las colonias de cooperadores. En efecto no alcanzaremos los niveles de riqueza, organización y bienestar de otras sociedades en donde los tramposos no abundan.

Los rasgos objetivos sobre los que se actúa por selección entre grupos son la comunicación, la división del trabajo, la dominancia y la cooperación en la realización de tareas comunales (mediante el honrado pago de impuestos, cumplimiento de normas y evitación de llevar a cabo engaños o trampas).

La selección individual frente a la selección de grupo produce una mezcla de altruismo y de egoísmo, de virtud y de pecado, entre los miembros de una sociedad.

Los que se creen listos (sean personas, partidos, empresas u otro tipo de organizaciones) pensando que haciendo trampas salen ganando derrotan al grupo (la nación, el país, el partido político o la empresa) y el propósito unificador del mismo que sirve a la mayoría. Y este grupo de tramposos, el nuestro, no puede competir con éxito con otros grupos más altruistas y honestos.

Por el camino que vamos, me hace dudar de nuestra capacidad de tener éxito como nación en comparación con otras, aunque los políticos de turno digan que somos «un gran país, una gran nación» (al presidente del Gobierno de España se le llena la boca de decirlo en muchas ocasiones). Si fuera cierto lo que me enseñaron (o adoctrinaron, dirían ahora) en mi juventud, que «España es una unidad de destino en lo universal», el destino al que nos llevan los políticos de turno de los últimos tiempos es al abismo.

¿Estaré deprimido o solo será a causa de la vergüenza ajena? Pero aquellos, de los que siento (o sentimos) la vergüenza, no se dan por aludidos.

Es necesaria una regeneración moral. Es necesario un recambio de líderes e, incluso, de partidos. Sí, por qué no decirlo: como en Francia u otros países.

*Doctor en Derecho