He estado mirando el programa de televisión Ahora caigo, en el que se hacen unas preguntas a los concursantes, que van quedando eliminados cuando no encuentran, en pocos segundos, la respuesta adecuada.

Antes de entrar en el juego, el conductor del programa les pregunta de dónde vienen y qué harían con el dinero si ganaran. Las respuestas me impresionan, no por su contenido sino por la forma.

La mayoría de los concursantes, de habla castellana, hablan a una velocidad extraordinaria y se comen sílabas. El conductor del programa articula correctamente para hacer la pregunta, pero las respuestas suelen ser vertiginosas.

“Milsión sería cer un agemérica sistá mimano y ver las catatas Nagar”. A veces las dos primeras palabras de la respuesta son claras, pero la explicación pronto se precipita: “Tengo pensado, si gano dinero, brir un cio destaurante...”. No estoy seguro de que el conductor del programa siempre haya entendido la respuesta cuando le dice claramente: “Me parece muy bien, sí señor”.

Estos concursantes es seguro que han ido a la escuela y les han enseñado a articular y enlazar adecuadamente las sílabas. ¿O no? ¿Hay un maestro de pronunciación? “Ya nos entendemos” sería una justificación errónea. Porque no se trata solo de entenderse. Un lenguaje bien articulado y claro es una herramienta muy útil para educar en la disciplina. Cuando yo era adolescente me aprendí algunos versos. Todavía recuerdo unos fragmentos. Aprender algunos versos no debería ser un tema de literatura, sino un ejercicio de disciplina verbal.

¿Es pedir demasiado a la escuela que los alumnos lean? No de una manera mecánica, sino marcando adecuadamente los acentos y los enlaces de las sílabas. Después de todo, el lenguaje es una música que tiene las letras como partitura. Que me perdonen los poetas, pero los versos pueden servir también para aprender a dominar los recursos y los matices de lo que queremos decir. H