Aviones y aeropuertos. Sale el tema en una sobremesa y todo el mundo tiene una historia que contar. Aquella vez que las turbulencias convirtieron el avión en un dragon khan. La azafata que tenía dotes de actriz y trataba a los pasajeros como en una película de Almodóvar. Ese grupo de chicos que habían ido directamente de la playa en el avión, con la toalla en el cuello, chanclas y arena en los pies... Seguro que estos días la gente que salga del aeropuerto de Barcelona se nutrirá de más historias y no precisamente agradables, por culpa de los retrasos, cancelaciones y, sobre todo, la desinformación. ¡Cuántas veces no hemos oído aquello de «por culpa del exceso de tráfico en el aeropuerto»! Antes de explicar los hechos, hay compañías que prefieren marear la perdiz.

AUNQUE YA ESTÁBAMOS avisados, las huelgas de los trabajadores de Ryanair, Vueling o Iberia se han convertido en la canción del verano, de cada verano. Hace años que, con los vuelos low cost, coger un avión perdió el glamur del privilegio, pero el problema es que las compañías tradicionales tienen que hacer concesiones para competir con los precios falsamente bajos de las líneas baratas.

En pocos años los pasajeros de avión hemos aceptado unas condiciones cada vez más deplorables. Compramos billetes cargados de deberes y con pocos derechos. Además, claro, de tener que pagar por todo y vivir escenas turbadoras, como las que hemos visto a lo largo de los últimos días en los telediarios.

En 1970, la película Aeropuerto inició en Hollywood una moda --el cine de desastres-- que culminó con Aeropuerto 75 y, luego, las réplicas del 77 y el 78. Dos años más tarde el modelo ya exigía una parodia y se estrenó la gran Aterriza como puedas.

Cuatro décadas más tarde hace falta actualizar toda esa imaginación catastrofista: quizás debería ser un buen documental.

*Escritor