No descubro nada a nadie si manifiesto en este espacio que soy un gran aficionado taurino. Y a ningún aficionado a la fiesta se le escapa que los toreros se enfrentan a la muerte. Esa pasión, la de ser torero, va más allá de lo racional. Es jugar sobre la arena con la muerte, es una liturgia, un riesgo asomado a la mortalidad a las cinco de la tarde. Ese riesgo, esa pulsión vestida de azabache la conocía de sobra Víctor Barrio.

Esa tarde, Barrio lo sabía, como cada tarde. Lo sabía su familia, lo sabíamos los aficionados. Pero cuando la muerte es tangencial y se convierte en algo real, el dolor ensordece, rompe las costuras de la razón, la sangre nubla lo racional. Morir era un riesgo que se ha convertido en un hecho en la recta final de su veintena. Asomarse a ese dolor es impúdico, imaginar el sufrimiento del ser humano ante la pérdida de un marido, de un hijo, de un amigo o de un hermano. Barrio recibió la muerte de rodillas ante la puerta de chiqueros y una purpurina negra aplomó todo.

Soy aficionado, ya digo, al toro. Desde siempre. Eso forma parte de mi identidad, como también lo forma el respeto y la búsqueda de la libertad. De hecho, lograr una libertad real, efectiva y consagrada es una de las cuestiones por las que decidí dedicarme a la política. La libertad entendida, sobre todo, como el respeto a los demás.

Y por eso entiendo y respeto a todos los que se manifiestan contrarios a la fiesta. Para eso tenemos el Estado de Derecho que un día nos dimos todos: para garantizar ese respeto, esa libertad. Lo preocupante ha sido cómo se ha lacerado estos días no solo el buen gusto o lo políticamente correcto, sino el atentado a la piedad, al dolor ajeno, a la humanidad.

El ser humano es capaz de lo mejor y, a la vez, de lo peor del mundo. Solo hay que ver las reacciones inhumanas de algunos. Los insultos a la memoria de Barrio, el dolor añadido a los familiares ha desatado un debate que es necesario en la actualidad. Porque las redes sociales no pueden ser una atalaya de insultos y de injurias.

No se puede permitir la impunidad con la que determinados sujetos lancen basura intelectual. Una sociedad en la que hay quien se alegra de la muerte de un ser humano simplemente porque no piensan de la misma forma esconde un problema. Las redes sociales nos ayudan a comunicarnos de forma diferente, tal vez más cercana y rápida, pero como en todas las facetas, debe tener unos límites.

Hasta políticos de esta provincia se les ha ido a veces la mano en las redes. Pero el respeto al diferente, la garantía de libertad y la humanidad, deben ser nuestra base de convivencia. Descanse en paz. H

*Presidente de la Diputación Provincial de Castellón