Estos últimos días, en los que poco a poco parte del país ha vuelto a la actividad productiva y hemos vuelto a recuperar algunos horarios que habían quedado alterados con el recogimiento del confinamiento, volvemos a hablar de los usos del tiempo, la vida, lo imprescindible. Las prisas, el estrés. Sé perfectamente que la idealización del confinamiento y de la pausa mundial es un privilegio, al tiempo que ha evidenciado tantas otras cosas. Que desayunar en casa sin sufrir por si llegas tarde a la escuela o al trabajo nos hace la vida mejor. No lo sabíamos. Lo probábamos quizás en verano, pero con el ritmo del capitalismo también nos llenábamos las agendas para poder recuperar todo lo que no podíamos hacer durante el año. Esto, en el mejor de los casos.

Volvemos a hablar de ello, como decía. La vida en el centro, dicen. Lo comparto. Pero la vida en el centro significa tomar en serio la reforma horaria. Adaptarnos a los horarios solares y no a los tiempos que dictan las bolsas y las grandes multinacionales. Quiere decir tener un poco de tiempo. Y a veces tener un poco de tiempo significa confiar en la libertad y la responsabilidad individual. Que trabajar no signifique justificar horas, sumar números y más números de forma presencial. Esto tampoco quiere decir autoexplotarnos desde casa, con jornadas que se alargan y se deben compaginar con todo lo otro que también llamamos vida.

Hablar de ello significa reajustar los proyectos vitales en la red, en la comunidad, y que no todo tenga que ser a base de renuncias. Quizás pensábamos que llegábamos tarde a todos estos cambios, y de golpe hemos visto cómo todo saltaba por los aires y no quedaba más remedio que reajustar las normas no escritas. Personalmente, tengo poca confianza. Creo que aprendemos mucho y nos llenamos la boca de grandes discursos, y que poco a poco olvidamos lo aprendido y lo volvemos a dejar todo en manos de los de siempre.

*Escritora