La entrevista con Raúl Sánchez, un exjugador de 38 años que quedó tetrapléjico hace tres por una agresión en un partido de fútbol de veteranos, debería estar presente en todos los campos de España. Porque su caso, muy extremo sin duda, es revelador de hasta dónde puede llegar la violencia que puede generarse en el deporte. Los recientes episodios de agresiones en el fútbol formativo, como el de Mallorca que provocó enorme revuelo, nos descubren que queda mucho trabajo por delante. Es cierto que las redes sociales, por suerte, ejercen hoy de un escaparate público que no existía hace unos años. Y también que no se trata, ni mucho menos, de algo generalizado. Eliminar todas las incidencias graves que suceden en los estadios de fútbol se antoja utópico, pero sí hay que intentarlo y poner el máximo esfuerzo sobre todo en las categorías de formación. En ellas la competitividad, el marcador, no son prioritarios. Y sí lo es, al margen de aprender a jugar a fútbol, fomentar los valores del deporte como elemento socializador.

Está claro que se trata de una cuestión de educación y convivencia. El campo de fútbol no es el lugar para que algunos padres se desfoguen con el rival o con un joven árbitro que si algo merece es aplausos por su vocación. La campaña de concienciación debe enfocarse a los progenitores ofuscados por el imposible de que su hijo llegue a ser Messi.