Era el lema de los absolutistas españoles en 1814 a la vuelta de Fernando VII. Eran los enemigos de la libertad y de ese estadio de la civilización, en que los ciudadanos libres e iguales eligen a sus representantes al ejercer su soberanía nacional.

Llegar ahí, a los españoles nos ha costado 200 años. Tres guerras civiles en el siglo XIX y una en el siglo XX; una república en cada siglo y dos dictaduras en el siglo XX son la muestra de nuestros problemas para conseguir llegar al grado evolutivo alcanzado con la Constitución de 1978, que con sangre y penas, como las infligidas por el terrorismo, nos ha llevado al periodo de paz y prosperidad más largo de nuestra historia.

“Fue posible la concordia” reza el epitafio en la tumba de Adolfo Suárez, pero ahora casi cinco millones de españoles han elegido a un partido totalitario, a un partido de izquierda fascista --en definición del historiador Hugh Thomas-- para que les represente.

¡Qué mal lo tenemos que haber hecho en estos últimos años los dos grandes partidos que sustentan el sistema democrático para que haya españoles que prefieran ¡”las cadenas”! Como los absolutistas del siglo XIX.

La manipulación de la frustración perfectamente alimentada a través de la televisión ha permitido a los neocomunistas entrar en todos los hogares españoles. Esa televisión ha jugado el mismo papel que jugó la radio en el ascenso e implantación del nazismo. Decía Goebbels que sin la radio el nazismo no hubiera triunfado y así ha sucedido con el populismo de corte totalitario de Podemos: sin la televisión nadie hubiera comprado su mercancía averiada y fracasada.

Sin la televisión y sin las heridas causadas por cada escándalo de corrupción, con cada fracaso social y con cada detalle de miopía de la élite política. Esto ha alimentado el olvido de lo que había tras el Muro de Berlín antes de 1989.

A cualquier ciudadano de más de 40 años, la palabra comunismo le recordaba las inhumanas vilezas del imperio soviético. El comunismo fue el estandarte bajo el que se asesinó a millones de personas y se sojuzgó a cientos de millones de individuos. Hoy en día los jóvenes titulados sin empleo o con contratos precarios, nacidos en 1990, ya no conocieron la Unión Soviética y los únicos comunistas de verdad que se han cruzado alguna vez en su vida han sido sus profesores de universidad. Para los mayores el comunismo significa gulags, para los jóvenes quiere decir tipos de mediana edad, aburridos pero inofensivos, con barbas y doctorados. Los tenemos, en el Congreso. Y el PSOE dice que son “progresistas”. H

*Vicepresidente Diputación