Tras 26 años de mandato, a Lukashenko el suelo se le mueve bajo los pies. El 9 de agosto tuvieron lugar elecciones presidenciales en Bielorrusia. Por primera vez, los sondeos de opinión no ofrecían resultados claros; el autoritario Lukashenko podía perder una elección desde 1994. A diferencia de anteriores contiendas electorales, esta vez los errores políticos le iban a pasar factura.

El primero, el encarcelamiento de sus rivales políticos. No contaba el viejo dinosaurio soviético con el papel que las mujeres asociadas a la oposición desempeñarían en la puesta en marcha de un movimiento que parece imparable. Bajo el liderazgo de Svetlana Tikhanovskaya se unirían Maria Kolesnikova y Veronika Tsepkalo .

El segundo error fue la represión posterior a las movilizaciones que cuestionaban la legitimidad de los resultados. Esta vez, la ciudadanía estaba preparada para salir a reivindicar otra forma de hacer política y de tener acceso a derechos fundamentales como la libertad de expresión, de prensa o de manifestación.

El tercero, el negacionismo sobre el covid-19. Lukashenko afirmó que esta «gripe» se curaba con vodka y saunas. Bielorrusia no pararía su economía por un virus. Pero esta no gestión sanitaria ha hecho reaccionar a la población en su contra.

Estos factores han sido catalizadores de una movilización social sin precedentes en un territorio que vive una ficción desde la implosión soviética. No es probable una intervención militar rusa. El régimen caerá, toca preparar el cambio. H

*Profesora de Ciencia Política