Me he propuesto, a la altura de mi gran cantidad de años cumplidos, ir recordando solamente lo que son sucesos agradables de mi vida y os prometo que voy olvidando aquello que en su momento me produjo malestar o hasta angustia. Y es que es verdad que se puede vivir más tiempo si uno es capaz de controlar sus actitudes ante los problemas cotidianos. Un guasón diría que deben evitarse las colas en los supermercados o los atascos en el camino de regreso a casa. Yo, en este momento tan especial del mes de agosto, aunque no puedo explicar el porqué, me acuerdo de un libro en el que hace ya unos años colaboré en escribir sobre el hospital La Magdalena, es decir, El Sanatorio de El Collet.

Ocurrió que fui a la estación de Castellón a esperar a un médico que había sido director del citado centro hospitalario. Y unos días después, dejó escritas estas experiencias:

“Solo un minuto se detuvo el tren, el tiempo justo para poder bajar. Y antes, en el vagón nos habíamos preparado para este momento y así al llegar a la estación de Castellón, no solamente teníamos cada uno en sus manos la maleta o el paquete que le había correspondido en el reparto, sino que bajamos del tren en orden; primero mis padres, ayudándose mutuamente, después yo. Se nos acercó un mozo de estación pelirrojo y muy amable, se apoderó resueltamente de nuestras cosas y, sin pronunciar palabra, se dirigió hacia la puerta de salida, invitándonos con un gesto a seguirle. Así lo hicimos, y cuando nos dimos cuenta, ya estábamos los tres acomodados en el taxi, mientras el mozo gritaba al chófer: ¡Al Sanatorio!”.

Yo encuentro una descripción literaria y vibrante de un hecho sencillo, trivial diría. Y es que también así empezó la historia de las villas. Voy a repetirla, usando la máquina del tiempo. Comenzó todo entre 1886 y 1887 cuando aparecieron las primeras residencias de verano, las primeras villas. Ya estaban muy lejanas las historias de la Torre de San Vicente. Lo de moros en la costa. Pero se estaban efectuando las obras de implantación de la vía del ferrocarril y el ingeniero responsable, Joaquín Coloma Grau, quedó deslumbrado por la virginidad del paisaje, la playa de aguas limpias y decidió convertir esta bahía de secano junto al mar en lugar inmejorable para las vacaciones de su familia, mientras él seguía trabajando. Hizo construir la Villa Pilar en honor a su esposa y, posteriormente, otras dos villas se unieron a la primera, junto a una pequeña capilla que, desde entonces, es lugar de referencia espiritual de los veraneantes. Y así, como debe ser, todo empezó por el principio. Amigos y compañeros del ingeniero Coloma, familias acomodadas de Valencia y alguna de Castellón, hicieron también construir poco a poco sus villas, luciendo variados estilos arquitectónicos. Algunas, todavía resplandecen en nuestro paseo marítimo. Ahora, como sabes, con tus palmas prisioneras en mis manos, reharé el mundo y las nubes grises. Poco a poco, cada día. No son aconsejables las prisas durante las vacaciones de verano. H