Casi cinco meses después y nos encontramos en el mismo punto de partida que la noche del día 28 de abril cuando ya conocíamos los resultados de las elecciones generales, cuando el PSOE fue la fuerza que ganó los comicios al ser la más votada.

Aquel resultado indicaba que Pedro Sánchez se vería obligado a pactar de nuevo con los socios que le apoyaron en la moción de censura que le dio la llave de la Moncloa expulsando de ella al que ganó de manera clara las elecciones en el mes de junio de 2016.

Sin lugar a dudas, la maniobra política originada por la aritmética parlamentaria parecía evidente pero el candidato Sánchez vuelve día tras día a sorprendernos con su vanidad, egocentrismo y narcisismo desmesurados anteponiendo sus intereses personales a los generales o, incluso, a los de su propio partido. A Sánchez poco le importa el PSOE y mucho menos España. Empezó con la idea de un gobierno en solitario, luego pasó a uno de integración para acabar con uno de colaboración.

PERO PARECE ser que las vacaciones en Doñana, sólo interrumpidas por la presión del PP ante los incendios de Canarias, así como ante la crisis humanitaria del Open Arms, enfriaron su plan para volver al gobierno en solitario y plasmar unos acuerdos programáticos para que fuesen apoyados desde fuera por su principal socio con el que gobierna en varias comunidades, diputaciones y muchos ayuntamientos.

TRAS REPROCHES mutuos de desconfianza o traiciones entregadas por fascículos en los quioscos, Sánchez continúa con su única y originaria intención que es la repetición de las elecciones pero sin que parezca el culpable o responsable de ello.

Pocos días o pocas entregas nos quedan ya para llegar al final de esta novela de ciencia ficción, porque la verdadera y cruda realidad es que mientras él sigue mirándose en su espejito, los españoles empezamos a notar en nuestras familias y hogares los síntomas de una crisis económica que nos trae al recuerdo los peores años del zapaterismo.

*Diputado al Congreso del PP (Castellón)