Como ya quedó demostrado hace algo más de una década, las consecuencias de una crisis económica y social golpea a la ciudadanía de forma desigual, siendo los jóvenes uno de los colectivos más vulnerables.

Es cruel ver cómo un sistema en muchos sentidos perverso nos educa desde pequeños fijando cuáles deben ser nuestras metas en la vida, pero mientras nos impulsa a conseguirlas nos sacude a los jóvenes de forma desproporcionada porque seguimos constituyendo los despidos más baratos, las condiciones más precarias y las responsabilidades más prescindibles. Sin ir más lejos, la mayoría de los puestos de trabajo perdidos a consecuencia de la covid-19 se localiza entre menores de 35 años. Así que me planteo si el sueño inducido de mejorar las condiciones de vida de nuestros padres es tal o se trata más bien de una quimera.

Las realidades, no obstante, son muy diferentes. Si bien hace una década se puso de moda el término nini, culpándonos indirectamente de las precarias condiciones que atravesábamos, la realidad ahora es que los millennial constituimos la generación más preparada de la historia de nuestro país. De hecho, muchos hablan de la generación sisi; que estudia y trabaja a la vez.

La administración tiene un gran reto ante sí: compensar con inversión pública y programas de empleo específicos las consecuencias de una injusta situación para evitar que la generación más formada se convierta en una generación perdida. Si miramos la pirámide de población, este reto se convierte en una obligación. Tenemos ante nosotros una enorme responsabilidad, pero también la gran oportunidad de apostar por presente y también por futuro sin dejarnos a nadie detrás.

*Regidor de Joventut a Castelló