El Informe Mundial sobre las Drogas de la ONU, referido al 2016, ya advertía del repunte del tráfico y el consumo de heroína, principalmente en Europa occidental, «lo que quiere decir que la tendencia observada en las últimas décadas sobre el descenso ha llegado a su fin». Además, en Estados Unidos, y como consecuencia de la proliferación de potentes analgésicos legales derivados del opio, la situación es igual de preocupante. El informe recogía algunos datos significativos: los opioides son responsables del 70% de los efectos negativos para la salud derivados de la droga, con un incremento de la disponibilidad y un gran aumento de las incautaciones de heroína destinada al continente europeo. Barcelona se ha convertido en el centro neurálgico de las operaciones del tráfico ilegal procedente de Pakistán. Una vía de entrada para la heroína en Europa. Además, la proliferación de los llamados narcopisos en algunas ciudades ha puesto de relieve no solo el volumen de venta y consumo sino la emergencia de una situación de alarma ciudadana. Aunque las medidas policiales han atajado parte del problema, lo cierto es que la capacidad destructora de la heroína y la inseguridad que lleva aparejada se presentan de nuevo como un problema sanitario y cívico de primer orden. Conscientes de que se trata de una nueva epidemia global, como ya lo fue en los años 70 y 80 del siglo XX, conviene encontrar soluciones urgentes, tanto represivas para con la delincuencia como rehabilitadoras a nivel social.