Los grandes cambios sociales se producen bien de manera paulatina, bien acelerada, en forma de revolución, a partir de algún acontecimiento que lo detone. En los últimos años hay quien habla de revolución feminista, y así puede verse, puesto que este movimiento ha impregnado prácticamente todas las esferas de actividad, públicas y privadas. Si tuviéramos que citar los detonadores de esta revolución feminista, el #MeToo ocuparía un lugar de honor. Por eso el juicio contra el productor Harvey Weinstein, que este lunes comienza con la elección del jurado, es tan relevante y ha despertado el interés mediático en todo el mundo. No solo porque afecta a famosos, no solo porque ha agitado la glamurosa industria de Hollywood, sino porque ya es el símbolo de la lucha contra el acoso y todo tipo de agresión sexual contra las mujeres.

En el ámbito estrictamente del espectáculo, los cambios producidos desde que salieron a la luz, hace dos años, las primeras denuncias contra Weinstein en The New York Times y The New Yorker, son notables. Ya es inconcebible aceptar socialmente que una actriz, o una modelo, que quiera progresar haya que plegarse a los deseos de un hombre poderoso que abrirá o cerrará las puertas de la carrera laboral de estas mujeres en función de cuál sea su respuesta. Eso solo puede interpretarse de una manera: amenaza y coacción. Weinstein era poderoso por su influencia en el cine, pero también por el silencio de quienes conocían sus abusos y no hicieron nada. Después del escándalo del #MeToo, la industria del cine, sobre todo en EEUU, está poniendo los medios para evitar que se repita una complicidad tan vergonzante.

El escándalo Weinstein es el paradigma de la situación de desigualdad entre hombres y mujeres en el mundo del espectáculo, una desigualdad que en este caso fue llevada al extremo del abuso sexual, pero que también se manifiesta de formas más sutiles, como el hecho de que, en circunstancias similares, las actrices cobren menos que los actores, o que en cualquier palmarés de un festival haya por norma más premiados que premiadas. Afortunadamente, el cambio de mentalidad ha traído un mayor interés en buscar la paridad profesional. También a Europa, incluida España, ha llegado esta ola de concienciación feminista en la industria del espectáculo, lo que solo puede considerarse positivamente.

En el juicio contra el magnate del cine norteamericano, el testimonio de las víctimas será uno de los momentos culminantes. Ellas son las auténticas protagonistas, mujeres valientes que desafiaron lo establecido y que no siempre han contado con la comprensión social. Ese es quizá, el gran temor de ellas, que no se las crea, que se ponga en duda su versión. Cuando la abogada de Weinstein les dedica afirmaciones como «si no quieres ser víctima, no vayas a la habitación», está incurriendo en la vieja estrategia machista de culpabilizar a quien sufre una violación. Una revictimización que, pese a los numerosos avances, no ha sido del todo erradicada, tampoco del sistema judicial. Que el antaño todopoderoso Weinstein acabe en el banquillo mientras un jurado escucha a sus víctimas es ya, al margen de la sentencia que se acabe dictando, una victoria.