Querido/a lector/a, cuando aún no se conocía el desgraciado desenlace que le esperaba a Julen, un amigo me llama y me dice: «Oye Vicente, te mando el whatsapp que en relación con lo de Julen ha recibido mi nieto, de 11 años, de parte de uno de sus amigos». Minutos después recibí el whatsapp que decía: «Hoy es un día triste, pero podemos hacerlo contento si oramos todos por Julen. Pasarlo a 23 contactos y grupos y esta noche te pasará algo bueno, pero si no lo haces, alguna desgracia te caerá. Espero que lo hagas por Julen el pequeño».

Ante tal circunstancia le preguntó cómo reaccionó. Me explicó que al recibirlo llamó al nieto y le pidió que no se lo mandara a nadie más. Al tiempo le comentó que todo eso era mentira: que la oración puede relajar, pero salvar y curar, al menos en este caso, era cosa de mineros, bomberos, sanitarios… etc. Y que la religión, en todo caso y bien entendida, debe ser amor y nunca amenaza que obliga y castiga. Posteriormente también llamó a sus hijos, a los padres de su nieto, para que miraran y cuidaran aquellas cosas que recibe y hace su nieto por teléfono.

Pero, lo interesante, es que también llamó a los padres del niño que le mando el whatsapp a su nieto y, con buen talante y fin, le sugirió lo mismo que a sus hijos, que controlaran lo del móvil de los niños porque estas cadenas son rollos de fanáticos religiosos o de empresas que utilizan temas sensibles para fomentar y beneficiarse de la comunicación. Y es ahí donde surgió lo pintoresco, ya que los padres del niño le comunicaron que estaban de acuerdo con el contenido del whatsapp y con el hecho de mandarlo. Mi amigo, al escuchar aquello, les exigió que se reunieran en la plaza del pueblo con su obispo y todos los fieles para orar y salvar así la vida de Julen. En caso contrario, si sabían que la oración podía salvarlo y no lo hacían, ellos serían los culpables si ocurría lo peor. Así quedó la cosa.

*Analista político