Sentados en el bar de Chumi y delante de una inspiradora manzanilla de San Lucar, mi amigo el Pelicano (digo Pelicano y no Pelícano) decía algo así como: «Xiquets, la democràcia es mor».

Para quien no conoce la realidad política, aquella expresión sonaba a boutade, a salida de tono. Pero el Pelicano tenía razón. Venía a decir lo que hoy dicen las personas de bien y en tono de advertencia. Tanto es así, que hasta el president de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, lo ha recalcado en su discurso final de año: que los valores positivos de la democracia no son algo consolidado y definitivo y, en consecuencia, debemos defenderlos o se pierden.

Bueno pues, esto viene al caso porque en estos momentos y en todo el mundo, y en concreto en Europa, se ha roto y ya no existe el viejo contrato social de postguerra entre el capital, el trabajo y la política. Aquel que dio origen (con el consentimiento de EEUU) a los Estados del Bienestar, a esa cubierta protectora o seguridad social en cuestiones que, como la sanidad, la enseñanza o las pensiones protegen a los ciudadanos con derechos frente a las inseguridades del mercado. Por cierto, el resto del mundo no tuvo tanta suerte.

Ahora, todo ha cambiado. El espacio de aquel capital industrial que se implicaba porque también necesitaba que ciudadanos y Estados compraran sus productos, lo ocupa un capital financiero sin ética que se aprovecha de la crisis para el control social y político. Además, la vieja democracia cristiana no tiene nada que ver con los Trump, Bolsonaro, Le Pen, Vox, los del brexit, Kaczynski, Orbán, Salvini, etcétera. Esta derecha iliberal, nacionalista y autoritaria va contra los trabajadores y solo busca limitar la participación democrática, recortar derechos ciudadanos, privatizar servicios públicos, especialmente aquellos que deben de ayudar a las personas a vivir con dignidad. Posiblemente, esto, era lo que preocupaba a el Pelicano.

*Analista político