En la mayoría de las parroquias se acaban de celebrar las primeras comuniones. Nuestro corazón se enternece y alegra cada vez que vemos a los niños y niñas acercarse a recibir por primera vez a Jesús en la Eucaristía con alegría y entusiasmo. Para la mayoría de ellos, el día de su primera Comunión ha sido largamente esperado. A muchos los veremos participar, alegres y contentos, en la procesión del Corpus. Uno desearía que esa alegría no se limitara a ese día, sino que en nuestros niños y niñas permaneciera el deseo y la posibilidad de recibir el Cuerpo de Jesús con frecuencia.

Sin embargo, la experiencia personal no me hace sentir muy esperanzado. En mi visita pastoral a una parroquia, en un encuentro con niños y niñas que se preparaban para su primera comunión, les pregunté cuándo la harían. La mayoría levantó la mano; casi todos conocían con exactitud el día y el lugar. Después les pregunté cuándo sería su segunda comunión. Solo una niña levantó la mano y con la sinceridad y trasparencia propia de su edad me contestó: «cuando sea mayor». «¿Por qué?», le pregunté; «Porque mis papás no me traerán a misa», fue su respuesta. Una contestación que nos debe hacer reflexionar mucho a padres y pastores.

Muchos de nuestros niños y niñas, una vez hecha su primera comunión, ya no vienen por la parroquia a misa e interrumpen su proceso de iniciación cristiana, porque sus padres no acompañan. Muchas de nuestras parroquias ofrecen ya un proceso continuado de iniciación cristiana, y en concreto la catequesis de poscomunión o de perseverancia. Lo agradezco de corazón y animo a todas las parroquias a instaurarla. A vosotros, padres, os ruego que sigáis acompañando a vuestros hijos en la educación en la fe, que acudáis con ellos a la misa dominical. Vosotros debéis ser los primeros catequistas de vuestros hijos en unión con la parroquia.

*Obispo de Segorbe-Castellón