Miguel Rodríguez, un apasionado del mar, cuenta cómo desde su más tierna infancia su padre lo llevaba a ver el atardecer a las playas de la costa de Castellón para, además, enseñarle a pescar. En su recuerdo aún siente las olas, el sol y la voz de su padre dándole las primeras indicaciones. "Nos sentábamos a esperar acompañados por la resaca, mientras él me explicaba cómo guiarme por las estrellas o cómo influye el color de la luna para saber si va a hacer viento o no”. "Solo se escuchaba la voz de mi padre y el mar”, rememora Miguel.

Con gran esfuerzo su padre adquirió la primera embarcación, “un humilde bote que guardábamos en la cochera de casa”, aunque, según indica, “cada salida era una aventura, mi padre no siempre me dejaba acompañarlo porque aún era pequeño y el clima no siempre era propicio”, recuerda Miguel emocionado.

A partir de ahí y mientras Miguel iba alcanzando la edad adulta, su padre fue adquiriendo embarcaciones más robustas y confortables, pero lo que más pesa en su recuerdo son las enseñanzas de su padre en las artes de la pesca, la navegación y su profundo respeto por el mar. Un conocimiento que, con el paso del tiempo, se ha convertido en fundamental en el desarrollo de su actividad en el sector náutico.

Bajo esta filosofía, Miguel Rodríguez ha decidido hacer de su pasión por el mar su forma de vida. Y qué mejor forma de hacerlo que homenajeando a su padre, a su infancia y a su tierra. Este sueño cobra forma bajo el paraguas de Miguel Rodríguez Barcos, una náutica hecha desde el corazón, donde pretende transmitir el buen hacer que le enseñó su padre y sobre todo su amor por el mar. “Gracias papá por enseñarme el mar”.