La Cumbre del Clima de Madrid se cerró ayer con una llamada a acelerar y ampliar con urgencia los planes de reducción de emisiones de los países a partir del año próximo. Es una simple declaración política que comporta un pequeño paso adelante. Un tímido avance que queda lejos, sin embargo, de lo que demandan la ciencia y la sociedad occidental, por no hablar del planeta. Probablemente haya sido lo máximo que podía lograrse en un contexto en el que la retirada de Estados Unidos arrastra a los otros grandes emisores, como China e India, a la inacción y deja aislada en el liderazgo verde a la UE.

Quizá uno de los mayores logros de la cumbre haya sido, paradójicamente, lo que no ha llegado a aprobarse: la creación de un mercado de emisiones de carbono que podía haberse convertido en un coladero por el que los grandes emisores compraran fácilmente su derecho a superar sus techos de CO2. Ni las organizaciones ecologistas lo querían ni Europa estaba dispuesta a aceptarlo en las condiciones propuestas por Brasil, India y Australia. Era el último fleco pendiente de las reglas de aplicación del Acuerdo de París que ya no pudo aprobarse en Katowice y que Madrid ha decidido dejar para la cita del 2020 en Glasgow.

LAS SEÑALES QUE NO LLEGARON / El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, se mostró «decepcionado». Él esperaba que los grandes dieran cuanto menos señales de que iban a «cambiar de rumbo». La comunidad internacional perdió una oportunidad importante para mostrar «mayor ambición», reconoció.

La ministra española para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, que desatascó a última hora las negociaciones bloquedas por la inoperante presidencia chilena, reconoció haberse quedado con «un sabor de boca agridulce» al final de la cita. Agrio porque le hubiera «gustado escuchar compromisos mucho más serios por parte de las grandes economías».

China e India han advertido de que no necesitan ampliar la ambición de sus planes y no quieren revisarlos hasta 2023, aunque el documento final les invite a hacerlo de modo genérico. EEUU ni siquiera ha intervenido en el debate de los futuros compromisos, algo que ya no le concierne, pero sí ha torpedeado las cuestiones en las que ha participado.

Para Ribera pesan más los factores positivos, como esa «llamada a la acción climática» o el hecho de que en la declaración se menciona la necesidad de seguir las directrices de la ciencia. A su juicio el acuerdo allana el camino para la entrada del Acuerdo de París el año próximo. Ese será el momento de la verdad.

Se hablaría de otra situación bien distinta si la cumbre no hubiera llegado a celebrarse o no hubiera alcanzado acuerdo alguno como se temió durante las 45 horas de prórroga de las negociaciones que batieron todos los récords. Cuando España se brindó a acoger la cumbre ante la crisis social de Chile, tanto estos dos países como la UE se fijaron como principal objetivo presionar al resto de las grandes economías que suman más del 70% de las emisiones de CO2 para que ampliaran su ambición climática.

La estrategia pasaba por convertir Ifema en una caja de resonancia de la creciente demanda social, lanzar los nuevos planes verdes de la UE y abrumar a la comunidad internacional. Todo esto ha sucedido, con Greta Thunberg como la imagen.

Pero la presión se ha ejercido sin casi resultados. Ni siquiera Japón, en el punto de mira por el carbón, ha anunciado nuevos compromisos. «Es ingenuo pensar que Greta o los movimientos sociales de Occidente van a tener un impacto en una dictadura como China o en la India a la que le pedimos que abandone el carbón cuando 200 millones de personas no tienen electricidad», reflexionaba un observador.