No es uno de los temas estrella en el ámbito de riesgos laborales, pero en las oficinas representa la típica batalla diaria en las jornadas de verano. ¿A quién no le suena esta frase?: "¿Podéis bajar el aire acondicionado, por favor?".

En los meses de calor, las mujeres tienen todas las de perder en la oficina. Normalmente, de media, ellas son más frioleras que ellos, por razones fisiológicas. Como en todo, hay muchas excepciones. Pero uno de los pretextos más recurrentes para hacer caso omiso de sus reivindicaciones es que “ellas siempre pueden taparse con una rebeca o ponerse un pañuelo”, mientras ellos “no pueden quitarse la ropa”.

Si te sientes identificada, es normal. Y es que, no solamente sucede en tu oficina. Es un problema generalizado. Tanto, que hay estudios que lo demuestran. El informe 'Consumo de energía en edificios y demanda térmica femenina' demuestra que las directrices que se usan a la hora de programar los termostatos de muchos lugares fueron dictadas hace casi medio siglo por un equipo de hombres, cuando ellos eran más numerosos en la gran mayoría de los puestos de trabajo.

UN CRITERIO SEXISTA

Hoy en día esta proporción ha cambiado, pero la temperatura media en la oficina sigue siendo la misma y el problema persiste. Según este estudio, las oficinas fijan sus termostatos usando una fórmula basada en el trabajador estándar de los años 60; un hombre de alrededor de 40 años y unos 70 kilos. Imaginamos que también con traje y corbata.

El estudio de Boris Kingma y Wouter van Marken Lichtenbelt ( de la School of Nutrition and Translational Research in Metabolism de la Universidad de Maastricht, en Holanda) demuestra que los sistemas de temperatura no representan en absoluto las necesidades térmicas de las mujeres y, además, como consecuencia, sesgan las predicciones del consumo real de energía, alterando los planes de eficiencia energética y convirtiendo los edificios en lugares menos eficientes.

Cambiar la forma en que los edificios son calentados y enfriados para tener en cuenta las diferencias de género podría reducir significativamente el consumo de energía y, en última instancia, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Así que no se trata de una mera cuestión de derechos laborales, sino también de medio ambiente.

Si bien es cierto que las mujeres son las que de media están menos conformes con la temperatura de las oficinas donde trabajan, el tema no puede reducirse a una cuestión de géneros. La sensibilidad a la temperatura puede verse afectada también por factores como la masa corporal, la edad, las hormonas o el momento del día.

EL CONSENSO EN CASA

Al contrario de lo que sucede en los lugares de trabajo, este informe apunta que en los hogares hay más consenso, y es que el 77% de los españoles encuestados en este estudio afirmaron que la temperatura en su casa era “muy satisfactoria” y que los grados los acordaban “entre todos los miembros del hogar”.

Con una pequeña excepción. El 45% de los andaluces encuestados por BAXI afirmaron que la temperatura del aire acondicionado era un importante motivo de discusión, mientras que los catalanes respondieron que llegaban a consensos más fácilmente en sus hogares. Solo admitió disputas un 27%.

Efectivamente, este estudio también corrobora que las mujeres se sienten más insatisfechas que los hombres en este sentido. Aunque, son ellos los que le dan una mayor importancia al tema, tanto en el entorno laboral como en el ámbito familiar.

Así que, todas aquellas mujeres que llevan los pantalones en casa pero se tienen que poner la chaqueta en la oficina, siempre pueden consensuar con el resto de trabajadores una temperatura de confort algunos grados más elevada, al menos en verano. Además, al contrario de lo que podría parecer a simple vista, pasar frío en el trabajo no aumenta la productividad. Más bien todo lo contrario. Ahí va un argumento de peso para las más frioleras.