Iván Maiski vivió haciendo equilibrios, entre la gloria diplomática y la amenaza constante de una llamada a Moscú seguida de tiro en la nuca. Embajador de Stalin en Londres durante unos años clave (de 1932 a 1943), tuvo como principal tarea seducir a los conservadores británicos y convencerles de que prepararse para la guerra con Hitler era inevitable, de que ese era el verdadero enemigo, y no la amenaza del comunismo. Tras años de trabajarse al belicoso Winston Churchill, tuvo que comerse el sapo de justificar el pacto germanosoviético. Se fotografiaba con el gobierno polaco en el exilio y dos días después tenía que dar la cara por la ejecución de miles de oficiales polacos en las fosas de Katyn. Defendía el apoyo a la República Española, la causa quizá que más conmovió a ese viejo revolucionario convertido en exquisito diplomático, pero tuvo que tragar con la política de no intervención. Su mayor aliado contra el apaciguamiento, Churchill, acabó convertido en un furibundo anticomunista en la posguerra. Y cada una de esas gestiones iba quedando registrada en un diario, lleno de confidencias sobre actores de primer orden de la política internacional, especialmente del Churchill más íntimo y real, que guardaba en una caja fuerte. Aunque desde su detención en 1953 hasta 1993 acabó clasificado en los archivos el Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS y ahora ha sido publicado por RBA en una edición comentada por el historiador Gabriel Gorodetsky (‘El cuaderno secreto’).

Mientras sus viejos compañeros de la revolución iban cayendo devorados por las sucesivas purgas de Stalin, Iván Maiski, un diplomático soviético que tenía todos los números para acabar también en los calabozos de la Lubianka (de origen menchevique, no bolchevique, gustos burgueses y una personalidad vanidosa que le llevaba a tomar iniciativas propias que no siempre eran compatibles con las de un receloso Stalin) redactaba la que podía acabar siendo su prueba de cargo. Así que durante los años del gran terror, constantemente se debe leer entre líneas, algo que ha hecho Gorodetsky, contrastando sistemáticamente con otras fuentes, en un ejercicio exhaustivo, qué decía Maiski, qué no decía y dónde mentía para cubrirse las espaldas. Aún así, escribía miles y miles de páginas. “Es un documento extraordinario, no hay ningún equivalente”, dice Gorodetsky durante una visita a Barcelona

Iván Maiski, bajo un retrato de Stalin.

“Era alguien seducido por el estilo de vida de la burguesía, lo que fue positivo para ganarse la confianza de los conservadores británicos, era un diplomático pragmático, sin que en sus diarios haya rastro alguno de la ideología aunque creía en el triunfo de la revolución, manipulador de la opinión pública británica, con lazos con el Gobierno, la oposición, las grandes empresas y la prensa, intelectuales como Shaw, Bell, Keynes, un concepto muy moderno entonces de la diplomacia”, explica Gorodetsky durante una visita a Barcelona.

Maiski y España: “Barcelona ha caído. Solo de pensarlo se me rompe el corazón”

Si ese pragmatismo tuvo una excepción fue la defensa de los intereses de la República española durante la guerra civil. Y no solo tuvo que lidiar con la política de no intervención británica -lamenta como en sus conversaciones con los políticos británicos que “están dispuestos a sacrificar rápidamente a la República”, explica Gorodetsky- sino también con las reticencias de Stalin, cuya posición real sobre España no puede ser más diferente de la que difunde la historiografía neofranquista.

“Una revolución en España, y eso se ve en el diario, nunca estuvo en la agenda soviética. El peligro real era la Alemania nazi, que España sirviese para acercar a Mussolini y Hitler, algo que les sorprendió, y ante ello hubo dos líneas de actuación. La primera, estalinista, que quería retirarse rápidamente de España, pero al mismo tiempo, y estamos durante las grandes purgas, ante el temor a que Trostky gane influencia en España no puedes no mostrarte como el líder del comunismo internacional. Stalin se vio forzado a alimentar la retórica, pero la tendencia real era a salir lo antes posible de España para favorecer las relaciones con Francia”, dice Gorodetsky. “Pero Maiski tenía una mirada diferente, dio apoyo a la República en todo momento porque creía que un fracaso en España tendría un efecto de bola de nieve, y en eso tenía toda la razón. Pero además es el único tema en el que se deja llevar por sus emociones”, añade.

“La hipocresía inglesa no conoce fronteras”, se lamenta Maiski. “Barcelona ha caído. Solo de pensarlo se me rompe el corazón. Los últimos dos años y medio, en que mi destino me ha unido tan estrechamente con el devenir de España me he identificado con la heroica lucha de la República Española. Sus victorias eran mis victorias y sus derrotas, mis derrotas”, escrite el 26 de enero de 1939. A pesar de la inferioridad material durante la retirada, Maiski aún reconoce los esfuerzos del Ejército Popular. “¡Y sin embargo, resisten con furia y tesón! Desde luego, los republicanos han añadido una página brillante y gloriosa a los anales de la historia! ¡Un Ejército heroico! ¡Una lucha heroica!”.

“Una jornada de desgracia y locura”, dice del reconocimiento británico del régimen de Franco el 27 de febrero de 1939. “La República está muriendo bajo el ataque del fascismo y del pánico cobarde de las denominadas ‘democracias’”, había escrito diez días antes. “Héroes, cuyos nombres quedarán escritos en la historia con letras de oro, y que están siendo tratados peor que si fueran ladrones o asesinos (...) El trato del Gobierno galo a los refugiados españoles quedará como una mancha eterna e indeleble en la reputación de Francia”, confiesa en su diario tras la retirada de Catalunya.

La 'mordida' del exilio mexicano y dominicano

La relación de Maiski con la República se mantiene con el Gobierno en el exilio. De las confidencias de Juan Negrín destaca una demoledora entrada en el diario, el 6 de febrero de 1943, sobre el grado de corrupción oculto en la política de acogida de exiliados en países como México. “Negrín me ha puesto al día de las prácticas latinoamericanas. El Gobierno mexicano ha ganado un buen dinero con los inmigrantes republicanos españoles. Cuando Negrín y Cárdenas firmaron el acuerdo, en 1939, los mexicanos exigieron que los republicanos crearan empresas cooperativas, industriales, agrícolas y de otro tipo donde pudieran ganarse la vida los inmigrantes. Negrín aceptó. Se transfirieron grandes sumas de dinero a México con este fin, pero las empresas no aparecieron. El dinero se lo embolsaron diversos altos cargos mexicanos, empezando por el presidente. El mismo año, Negrín ayudó a un número de republicanos a emigrar a la República Dominicana (...) hubo que pagarle al presidente de la República cinco millones de francos, mientras que el enviado dominicano en París se llevaba 1.500 francos (¡para él!) por cada republicano enviado a la República Dominicana. Ahora se presenta la posibilidad de enviar a republicanos retenidos en campos de concentración del norte de África a México. Negrín ha hablado acerca de ella con el emisario de México en Londres. Lo primero que le ha preguntado el emisario a Negrín ha sido: ‘¿Y cuánto nos pagarán por esto?’. ¡Qué gente! ¡Qué moral!”