Más de 2.000 millones de toneladas anuales de polvo mineral de los desiertos, arrastradas por el viento, estimulan la formación de nubes, pero, a su vez, dificultan la precipitación. Entre polvo atmosférico y clima existe una relación “muy estrecha”: el polvo puede modificar el clima y el clima puede modificar la frecuencia y la intensidad de las tormenta de polvo, explica con detalle Enric Terradellas, recién nombrado presidente del Sistema de Evaluación y Avisos de tormentas de polvo y arena de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

Por un lado, el polvo afecta a la física de las nubes, es decir, facilita la formación de nubes pero dificulta la precipitación y por otro dispersa la radiación solar que entra a la atmósfera de la tierra, lo que reduce la cantidad de energía que llega a la superficie. Terradellas subraya que la desertización provoca el aumento del polvo en la atmósfera.

Las tormentas de polvo levantan ingentes cantidades de arena de suelos desnudos y secos de zonas como los desiertos del Sáhara y el de Gobi, los de la península arábiga e Irak, entre otros lugares, para transportarlos a miles de kilómetros de distancia.

Otras zonas del mundo como Australia, América y Sudáfrica también contribuyen, en menor cuantía, a la emisión de polvo a la atmósfera.

Cuando el viento sopla con fuerza, las partículas de polvo se elevan a niveles altos de la troposfera durante un período de tiempo, que dependiendo de su tamaño y también de las condiciones meteorológicas suele oscilar entre los 2 y 7 días, antes de su vuelta a la superficie, ha detallado el meteorólogo de la Aemet.

En España, las intrusiones de polvo sahariano pueden darse en todo el territorio, aunque el problema es “real” en las Islas Canarias. H