Desde hace unos meses corre la petición a la RAE a través de las redes de que acepte la palabra aporofobia, un término acuñado hace más de 20 años por la filósofa Adela Cortina para definir el odio o aversión a la gente pobre. Tras esta iniciativa viral está la cuenta de Twitter @Placido, encabezada por cinco sintecho vinculados a la oenegé Arrels. La incorporación del término, según la Academia, está en estudio. Fundéu (Fundación del español urgente), en cambio, lo tiene claro y ha aceptado el neologismo. De lo que no hay duda es de que esta realidad existe en las calles, aunque las víctimas sean un colectivo casi tan invisible como lo son las agresiones.

Un punto de inflexión para denunciar este odio lo tuvo el crimen de Rosario Endrinal, en el 2005, a manos de tres jóvenes que la rociaron con gasolina en un cajero de Sarrià. A partir de ese homicidio, Jesús Ruiz, director de la oenegé Assís, empezó a recoger datos de los sintecho que mueren de forma violenta, un estudio que dio un paso adelante cuando la fundación Rais le propuso participar en el Observatorio Hatento para intentar poner cifras a estos dramas. Los resultados, que seguramente se quedan cortos en tanto las víctimas callan, son terribles: un 50% de los 40.000 sintecho que viven en España han sufrido violencia de algún tipo.

Assís ha dado ahora otro salto y ha creado la página aporofobia.com para dar cuenta del fenómeno, en tanto, insisten, visibilizar y condenar esta realidad es el primer paso para combatirla. Porque está ahí. Solo hay que recordar tres recientes casos. El último, la agresión a una anciana de 84 años que dormía en las calles de Madrid; le precedieron el youtuber que humilló a un pobre ofreciéndole galletas con pasta de dientes, imágenes que colgó en su canal, y la agresión, en octubre del 2016, de dos jóvenes a un hombre que dormía en un cajero barcelonés. En este último caso, el fiscal de delitos de odio Miguel Ángel Aguilar pide cárcel al ver un claro caso de aporofobia, una circunstancia, la de considerar un agravante el odio al pobre, que reivindican las entidades.