Decenas de activistas ocuparon hace dos semanas los balcones del Guggenheim de Nueva York y por el atrio empezaron a llover botes de pastillas y recetas falsas de OxyContin, el analgésico narcótico al que muchos responsabilizan en Estados Unidos de haber puesto en marcha la epidemia de opioides que mata cada año a decenas de miles de estadounidenses. Mientras caían las recetas, otros manifestantes se tumbaron en el hall aparentando estar muertos y en el edificio retumbaron los gritos de "la codicia mata" o "quiten su nombre". Para los turistas que acudieron a ver los grandes maestros de la pintura en el edificio cilíndrico de Frank Lloyd Wright debió de ser una escena desconcertante, aunque no era la primera vez que la inconveniente plaga de opioides se colaba en los museos estadounidenses.

La protesta sirvió para reclamar al Guggenheim que se desvincule de la familia Sackler, un apellido que da nombre a uno de sus centros educativos. Con una fortuna cercana a los 14.000 millones de dólares, los Sackler son uno de los grandes clanes filantrópicos de Estados Unidos, prolíficos donantes de una larga lista de galerías de arte en todo el mundo. Pero también son los únicos propietarios de Purdue Pharma, la compañía que fabrica el OxyContin, un opioide para el dolor crónico que ha pasado a ser sinónimo de la epidemia por sus propiedades extremadamente adictivas y las agresivas campañas que utilizó la farmacéutica para presentarlo como un medicamento prácticamente inocuo. Los opioides legales e ilegales mataron en el 2017 a 44.000 estadounidenses.

"Los Sackler y Purdue construyeron su imperio como cualquier otro narcotraficante: explotando el dolor físico y emocional de la gente a sabiendas de que se volverían adictos a su producto", ha escrito la fotógrafa Nan Goldin en la revista 'Time'. "Los Sackler están lavando su dinero manchado de sangre en las paredes y salas de los museos de los que yo solía disfrutar ignorando que su nombre era sinónimo de codicia". Conocida hasta ahora por su fotografía social y sus retratos íntimos de la vida neoyorkina, Goldin se enganchó al 'Oxy' después de que se lo recetara su médico, una dependencia que acabó alimentando con heroína y fentanilo en la calle. Esa es la misma ruta que siguen el 80% de los adictos estadounidenses al caballo, según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas.

OTRAS PROTESTAS

Tras sobrevivir a la adicción, Goldin fundó P.A.I.N., un grupo de activistas dedicado a exigir responsabilidades a Purdue Pharma y llamar la atención sobre las donaciones filantrópicas de los Sackler. Suya fue la protesta en el Guggenheim, similar a las escenificadas antes en el Metropolitan, el Smithsonian de Washington o en Harvard. Pero la lista de potenciales objetivos es mucho más extensa. Museos como el Louvre parisino, la Royal Academy londinense o la National Portrait Gallery washingtoniana tienen espacios consagrados al apellido Sackler.

Su imperio empezó a construirlo el patriarca Arthur Sackler, un psiquiatra y avezado estratega publicitario que ayudó a popularizar el Valium o el Betadine en la segunda mitad del siglo pasado al tiempo que amasaba una extraordinaria colección de arte asiático. En 1952 compró junto a sus hermanos, Mortimer y Raymond, la farmacéutica de la que salió Purdue Pharma que, en 1996, ocho años después de la muerte del patriarca, empezó a comercializar el OxyContin, publicitado como un fármaco casi milagroso y sin apenas riesgos. "El índice de adicción entre los pacientes tratados por los médicos es muy inferior al 1%", decía uno de sus anuncios.

Desde entonces, el Oxy ha generado 35.000 millones de dólares para el clan neoyorkino. Pero también ha manchado el apellido familiar por el reguero de muertes que ha dejado a su paso. Decenas de municipios, estados y grupos de pacientes han demandado a Purdue y otros fabricantes de opioides por ocultar los riesgos de adicción de sus medicamentos e ignorar los problemas que estaban generando. Ante el aluvión de litigios y reclamaciones millonarias, la farmacéutica anunció el año pasado que dejaría de promover sus opioides entre los médicos y dedicó unos pocos millones de dólares a combatir la epidemia de adicción.

Pero no ha logrado calmar la indignación que recorre el país. Hace solo unos meses recibió la patente para comercializar un fármaco de buprenorfina, un opioide menor que ayuda a controlar el síndrome de abstinencia. "Su familia ayudó a crear la epidemia de opioides. Ahora podría lucrarse con un tratamiento para la adicción", título el portal de información Vox.