Películas como 'El lugar sin límites' (1978), 'Principio y fin' (1993) y 'Profundo carmesí' (1996) lo convirtieron en un referente esencial dentro del cine hispano. Estos días luce galones en el Festival de Locarno, donde ejerce de presidente del jurado.

¿Cuál es la actitud idónea para ser juez en un festival de cine? Las competiciones entre películas son todas injustas. Primero porque quienes las juzgamos estamos llenos de envidia y de odio, y segundo porque son una estupidez. Es como si en los Juegos Olímpicos hubiera que decidir si un saltador de pértiga es mejor o peor que una gimnasta rítmica y un piragüista. No tiene sentido. La única manera cabal de comparar a un grupo de cineastas entre sí sería obligarles a hacer a todos la misma película, con el mismo guion y el mismo presupuesto, y comprobar luego quién la ha hecho mejor.

Y, a pesar de ello, casi todos los directores quieren competir en festivales. En el alma humana siempre está el deseo de ser tan bueno como el de al lado, pero eso es absurdo. No hay manera de convertirse en un genio, por mucho que trabajes para ello. O lo eres o no. Los genios son aberraciones de la naturaleza, y a menudo también son gente terrible. Porque uno no es genio solo para ciertas cosas y a cierta hora, lo es en todo y todo el tiempo, y eso debe ser muy difícil de llevar. En todo caso, todos queremos se nos reconozca. Los premios solo sirven para nutrir el ego. Por eso las derrotas son tan dolorosas.

A lo largo de su carrera, ¿usted ha aprendido más de los premios o de las derrotas? Yo nunca he hecho bien casi nada. Mi carrera está hecha menos de talento que de pura suerte. Pero me habría gustado tener otro tipo de suerte o, mejor dicho, tener más. Acumular fracasos me ha hecho aprender a pasear con la cabeza alta incluso cuando te sientes humillado. Y los éxitos en realidad también te sirven para pasear con la cabeza alta, aunque en ese caso con una sonrisa en la cara.

Estar en Locarno también le permite conocer nuevas tendencias. A su juicio, ¿qué futuro le espera al cine? El futuro del cine no existe. Dejó de existir en cuanto un tipo decidió que iba a hacer una película no para complacer al público sino para complacer su propio ego. A principios del siglo pasado en Italia alguien hizo 'Cabiria' (1914), que era una película larguísima e insoportable, y los cineastas empezaron a empeñarse en demostrar al mundo lo listos que eran. Las películas como 'El gabinete del doctor Caligari' (1920) existen solo por ese motivo.

Si es tan pesimista, ¿por qué sigue usted dirigiendo? Porque hacer películas es grato. El proceso previo a rodarlas es humillante porque hay que conseguir fondos, y el proceso posterior también es espantoso porque las presentas a festivales y todos te rechazan. Pero rodarlas es glorioso. Yo me considero una reliquia, un emisario del pasado. Podría intentar renovarme y hacer cine como lo hacen esos jóvenes 'hipsters', pero sería patético. Warhol dijo que en el futuro todos seremos famosos durante 15 minutos. El problema es que la posteridad también dura solo 15 minutos. A las nuevas generaciones les importa un rábano lo que hizo la mía.

¿No cree haber influido en algún cineasta posterior? Hace unos años hubo una película que ganó muchos premios llamada 'Canino' (2009). Nadie se dio cuenta de que se parecía muchísimo a una película mía llamada 'El castillo de la pureza' (1972). No habría estado mal que su director, Yorgos Lanthimos, al menos me mencionara. Cuando se anunció la candidatura de 'Canino' a los Oscar le mandé al tipo un email diciéndole: “Felicidades, espero que ganemos”. No sé si captó la indirecta. Y mi hijo Gabriel me contó que un día lo fue a saludar y, al decirle que era hijo mío, al tal Lanthimos empezó a salirle espuma por la boca.

Menciona a su hijo, que también es cineasta. ¿Qué opina de ello? Me alegro de que le vaya bien. Durante un tiempo intentó por todos los medios escapar a su destino, pero no pudo. Nos pasa a todos. Intentamos llevar nuestra propia vida hasta que un día nos damos cuenta de que los padres nos jodieron la vida. Yo tardé 70 años en darme cuenta de que mi madre era un monstruo. Por fortuna yo no soy la madre de nadie.