Cada vez son más padres los que se preocupan por la forma correcta de poner los límites a sus hijos. No quieren pasarse de autoritarios pero tampoco saben cómo hacerlo de una forma más positiva. Las pautas educacionales han ido evolucionando a medida que lo ha hecho la sociedad y se han ido comprobando formas más eficaces de ejercer el rol de padres desde la educación constructiva. Sin embargo, como no existe un manual de instrucciones, muchas veces jugamos con el ensayo y error y caemos en errores del pasado. Usamos el castigo, a veces desmesurado y tampoco logramos que nuestros hijos nos hagan caso, lo cual nos hace perder los nervios.

La educación de los más pequeños no es una tarea fácil, de hecho, suele ir complicándose a medida que se hacen mayores y van pasando por las diferentes etapas. Los límites son algo común a todas esas etapas, teniendo que adaptarse en función de la edad del niño. Por eso, cuanto antes sepamos ponerlos, mejores resultados a medio y largo plazo tendremos. Empezar en la infancia y no en la adolescencia generará un mejor clima familiar y una mayor inteligencia emocional, aunque nunca es tarde.

NORMAS CLARAS

Los límites son entendidos socialmente como algo negativo que nos priva de libertad. Sin embargo, son únicamente unas reglas que nos ordenan de forma prestablecida determinadas áreas, como el tiempo de ocio, las rutinas diarias o el uso de la videoconsola. Nos ayudan a que haya orden, seguridad y prevención. Pero hacérselo entender a nuestros hijos no siempre es fácil, especialmente si son muy pequeños. Es ahí donde debemos explicarles que somos las figuras de autoridad, que todo tiene un sentido y que muchas de las normas no son negociables por el momento.

Saber cómo colocar los límites correctamente, equilibrando el autoritarismo con el exceso de permisividad, no siempre es fácil. Sin embargo, hay varios pasos que nos ayudarán a lograrlo:

1. No te excedas

Tiene que haber un mínimo de límites que queramos marcar y con el que estemos satisfechos. Superar ese mínimo no será realista, nos costará hacer que se cumplan y podemos caer en el error de que nuestros hijos nos vean como inconstantes.

2. Sé conciso

Los límites siempre tienen que ser claros y concisos. Lo ideal es que lleguen a estar delimitados por escrito, como unas normas que deben cumplirse. Incluso si hay excepciones, también deben quedar reflejadas. Cuanto más corto sea el límite, más fácil es que nos hagan caso.

3. Realismo

No podemos poner un límite que se aleje de la realidad o de la edad de nuestro hijo. Hay que ser conscientes de su etapa evolutiva o de las necesidades que también tienen.

4. Sé coherente

Si ponemos un límite, nos vamos a asegurar que se cumpla con regularidad y que sea válido siempre. Si hay que lavarse los dientes a diario, también debe hacerse de viaje o cuando estemos muy cansados. Eso evitará las excusas.

5. Consecuencias

¿Qué consecuencias habrá de cumplir o no cumplir los límites? Lo mejor es apuntar hacia un premio por la regularidad o retirar algo que les guste eventualmente, en el menor espacio de tiempo posible.

Como padres y madres, somos los responsables de la educación y el bienestar de nuestros hijos. Los límites nos aseguran no solo una buena convivencia, sino que sepan buscar metas, adaptarse a las reglas o diferenciar el bien del mal. Es nuestro deber educar desde las delimitaciones de lo que se puede o no hacer. Les ayudará en esos momentos y, especialmente, en el resto de etapas futuras.

* Ángel Rull, psicólogo.