No era la primera vez que lo detenían, tampoco la primera vez que el Chicle dormía en una celda, pero el 30 de diciembre del 2017 no estaba solo. Su mujer, Rosario, dormía en otro calabozo. Delincuente veterano, capaz de delatar a su clan familiar y provocar su condena por tráfico de drogas para quitarse el marrón, aquella Navidad José Enrique Abuín ya había confesado a su manera.

Había matado a Diana Quer López-Pinel, según él sin querer, aquella noche de agosto del 2016 cuando la joven madrileña de 18 años volvía a su casa de verano en A Pobra do Caramiñal. Pero había mentido, varias veces, sobre el lugar donde había dejado el cadáver. Y sin cuerpo, el caso, el futuro juicio, el que arranca hoy en Santiago, se complicaba.

El Chicle había tratado de engañar a los investigadores de la UCO de la Guardia Civil. El tiempo corría antes de que llegaran las 72 horas que la ley pone como límite para tenerlo en los calabozos antes de ver al juez. En un calabozo muy cercano estaba Rosario Rodríguez Fraga, detenida por su posible complicidad en el crimen. Ella había declarado que estuvo con su marido la noche en que Diana fue asesinada.

Tras ser detenida y pasar una noche en el calabozo, Rosario se desdijo de su primera declaración y admitió que ella no estaba con su marido la noche del asesinato. Se había quedado en casa. Fuentes del caso recuerdan el pasaje final de aquella batalla psicológica entre los investigadores y el Chicle: «Se le hizo llegar un mensaje muy claro: tu mujer está detenida y acusada, aquí al lado tuyo. Ella ya te tapó con lo que le hiciste a tu cuñada hace muchos años. Si dices dónde está Diana, tu mujer sale; si no, veremos qué decide el juez y quién cuida a tu hija durante los próximos años».

Falsa coartada

Rosario había mentido y dado una coartada a su marido, pero los investigadores sabían ya que no había participado en el crimen. La ley española no castiga el encubrimiento de una mujer a su marido, así que era cuestión de horas que quedara en libertad. El Chicle no lo sabía, pero sí supo muy pronto, desde su calabozo, que a las 20.15 horas del 30 de diciembre de 2017 los guardias civiles habían liberado a Rosario.

Apenas 80 minutos después, Abuín decidía cantar y, a las 23.35 horas, condujo a la Guardia Civil hasta el pozo donde había sumergido el cadáver de Diana. El cuerpo estaba muy bien oculto, casi a 10 metros de profundidad dentro de un pozo cerrado con una arqueta.

Tres meses después de la desaparición de Diana Quer, José Enrique Abuín ya era uno de los objetivos principales. Pero la investigación no avanzaba. Tiempo después, con el hallazgo del móvil de Diana y su rastreo, se comprobó que el itinerario del teléfono de la chica desaparecida coincide con el del móvil y el coche del Chicle. Entonces comienzan a vigilarlo «de forma intensa».

Abuín se da cuenta y decide moverse. Trata de aprovechar su vieja relación de chivato con dos guardias civiles y acude a verlos, ofreciendo su colaboración: «Si me entero de algo, os aviso».

En ese momento, la UCO realiza otra arriesgada maniobra, hacerle creer que se le ha descartado. Esa estrategia no funcionó. El 25 de diciembre de 2017, el Chicle intentó raptar a otra joven en Boiro, lo que precipitó su detención. La Audiencia de A Coruña lo condenó a cinco años y un mes de cárcel por ese asalto.