Que las familias con un determinado capital intelectual (con formación universitaria, con profesiones liberales o con un alto consumo cultural) estén dedicando ahora más tiempo a sus hijos, el doble del que les dedicaron a ellos sus padres, supone una buena y una mala noticia.

La buena: quienes investigan sobre este complejo asunto de las tendencias sociales opinan que, como ha ocurrido en otros aspectos, es muy posible que si las clases sociales acomodadas adoptan estilos de vida centrados en la crianza de los hijos, a la larga también les imite el resto de las familias, incluso quienes no se encuentran en situaciones económicamente ventajosas.

Hace falta, eso sí, que los gobiernos habiliten medidas para que también las familias con menos ingresos puedan disponer de ese tiempo de calidad con sus hijos. Ocurrió por ejemplo en Suecia, el primer país del mundo que concedió permisos de paternidad (ya en 1974). "Los cambios legales, instituidos hace más de cuatro décadas, propiciaron que también hubiera cambios en las mentalidades y que se rompieran estereotipos vinculados al género", subrayó Livia Oláh en su conferencia en el Palau Macaya hace unas semanas. "Al principio, los hombres se tomaban las bajas de paternidad aunque solo fuera porque era una oportunidad que les concedía el Gobierno. Con eso se logró que muchos asumieran roles que hasta entonces les eran ajenos", destacó la investigadora de la Universidad de Estocolmo.

"Las mismas mujeres nos hemos olvidado de las que querían ser madres", lamenta Diana Marre, profesora de Antropología Social y Cultural en la UAB. En la transición, "el primer movimiento feminista español se centró en la defensa de derechos como el del uso de anticonceptivos o el de la libre interrupción del embarazo", recuerda Marre, "Más tarde -prosigue- se ocupó también de la brecha salarial, pero durante todo este tiempo se ha olvidado de que había muchas mujeres que tienen difícil ser madres porque les falta ayuda en casa", lamenta.

Una brecha que crece

La mala noticia, apunta la socióloga Elena Sintes, especializada en temas educativos, es que mientras eso no ocurra, mientras no se pongan en marcha mecanismos para que todos tengan las mismas oportunidades, la brecha entre los hijos de las familias ricas y los de las pobres va a continuar ensanchándose en España. "Es una rueda, la de la desigualdad, que dificulta el progreso de los más desfavorecidos y a la que hay que poner remedio cuanto antes", reivindica Sintes, que recuerda que una de las principales fuentes de desigualdad entre niños y jóvenes está "sobre todo en el ocio educativo y las actividades extraescolares, porque dependen, la mayoría de las veces, del poder adquisitivo de las familias".

También son muy delicadas, indica la socióloga, etapas escolares como la primera infancia (entre 0 y 3 años) y la postobligatoria (después de los 16 años), pero en este caso por razones culturales de las familias, más que por motivos económicos.