Encantadores, unos «chavales normales», con unas familias maravillosas, gente honrada… Los vecinos de los integrantes de La manada, el grupo de jóvenes de Sevilla juzgados por una violación grupal en los Sanfermines del 2016, mantienen aún su extrañeza por lo que pudo pasar aquella noche. Ni siquiera las conversaciones que han trascendido del grupo de amigos, donde hablan con cotidianeidad de violaciones o de pastillas para sedar a las supuestas víctimas y delatan la forma cosificada en la que ven a las mujeres, sirven para borrar la imagen de normalidad que se tiene en su barrio de los cinco chicos, que darán su versión de lo ocurrido ante el juez esta miércoles. Si acaso, los vecinos conceden que «tienen sus cosas, como cualquier joven», cuando se les mencionan su carácter bronco y su participación en diversas trifulcas entre seguidores radicales de equipos de fútbol.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) consigna que el barrio sevillano de Tres Barrios-Amate, de donde proceden, es uno de los que tienen la renta media por hogar más baja de toda España. Los movimientos vecinales conforman una auténtica red asistencial. Nada que ver con el estigma marginal que arrastran otras zonas deprimidas de la ciudad.

LOS MIEMBROS // Dos de los cinco miembros de La manada, primos, compartieron colegio. Se trata de J.E.D. (1990), peluquero en el negocio de un familiar, y A.M.G. (1989), licenciado como guardia civil en el 2015 con unas notas discretas y que ha sido padre estando en prisión preventiva, tras un vis a vis con su novia de siempre. En las calles del barrio coincidieron de pequeños con J.A.P. (1989), sin oficio conocido, con antecedentes por robo con fuerza y a quien describen como entregado al cuidado de sus padres, mayores y enfermos, y A.J.C. (1988), soldado de profesión e integrante de la Unidad Militar de Emergencias (UME), con antecedentes por un delito de lesiones, riña tumultuaria y desorden público. Todos proceden de familias modestas. A Pamplona, como experiencia iniciática para integrarse más en el grupo, viajó también A.B.F. (1991), con antecedentes por conducción bajo los efectos de alcohol y drogas y robo con fuerza. Fue el único que no acudió dos meses antes a Pozoblanco, donde supuestamente el grupo cometió otra agresión sexual también investigada.

Los chicos pateaban cualquier cosa redonda que se les cruzara, se escondían para hacer pellas --la escuela no motivaba a ninguno-- y probar a hacerse mayores con los primeros cigarrillos. Los vecinos les recuerdan sentados en un banco, de charla por las tardes, o con el balón. Pero siempre juntos, como «lobitos en una manada», de ahí el apodo que darían más tarde a su grupo de Whatsapp para recordar esa identidad gregaria y sus raíces.

Todos ellos representan el arquetipo más sexista de la masculinidad: musculados, violentos, tatuados, con un ocio centrado en la fiesta y el sexo. «Cuántas más chicas, mejor, así se demuestra la masculinidad, y encima lo comparto con los demás para demostrar que soy superior en cuanto a sexualidad, el más macho», destaca al referirse a este caso Carmen Ruiz Repullo, socióloga y experta en violencia de género en adolescencia y juventud. Sus estudios confirman, tristemente, que este tipo de comportamientos «son algo cotidiano». «Pero se ve en todos los ámbitos sociales y económicos», matiza la experta.