Entre el escarpado relieve de las montañas sobrevive la mayor reserva de biodiversidad del planeta. Estos ecosistemas, conocidos como refugios de diversidad natural, ocupan menos de un tercio de la superficie terrestre y suponen el hogar de aproximadamente el 85% de especies de anfibios, aves y mamíferos que conocemos. Los expertos recuerdan que estos espacios naturales son increíblemente ricos pero, a su vez, extremadamente vulnerables a la amenaza de la crisis climática y la explotación humana. "La protección de las tierras altas del mundo es cada vez más urgente, tanto por su riqueza natural como por las comunidades humanas que dependen de ellas", argumentan David Malakoff y Andrew Sugden, editores de 'Science' como prólogo a un número especial de la revista dedicado a la riqueza y a la fragilidad de estos parajes naturales.

La existencia de estos santuarios de la biodiversidad global ha sorprendido durante siglos a los científicos. Los estudios más grandes realizados hasta la fecha argumentan que la complejidad de estos entornos naturales se debe a factores como la existencia de desniveles topográficos, diferentes tipos de clima e incluso dinámicas geológicas únicas. La combinación de estos elementos ha permitido durante milenios tanto la persistencia de especies antiguas y arraigadas al territorio como la aparición de nuevas. Todo esto podría cambiar drásticamente por la acción humana que, directa e indirectamente, está transformando el medio ambiente tal y como lo conocemos. De ahí que ecólogos de todo el mundo, respaldados por los alarmantes resultados de sus investigaciones, alcen la voz para denunciar que no se están tomando las medidas suficientes para proteger estos ecosistemas.

EL EFECTO DOMINÓ

"Las zonas de montaña están sufriendo el aumento de las temperaturas a un ritmo más elevado que sus zonas circundantes, por lo que sabemos que están siendo una de las zonas más afectadas por el cambio climático", argumenta Bernat Claramunt, investigador. "Este proceso provoca cambios en el ecosistema y, como bien sabemos los ecólogos, cualquier cambio en una especie afecta a todas las demás. Si, por ejemplo, unas plantas desaparecen o cambian su ciclo de vida debido al cambio climático, también peligran todas las demás especies que dependen de ellas, como los herbívoros o sus posibles polinizadores", comenta el también profesor titular Ecología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

Pero no hace falta ir tan lejos para observar las consecuencias de este fenómeno sobre el medio ambiente. El calentamiento global ya está distorsionando el comportamiento de algunas especies, que tienen que empezar a subir más hacia arriba en busca de un hábitat y un clima en el que puedan sobrevivir. Y esto afecta tanto al mundo animal como al vegetal. "La distribución de los árboles está cambiando a raíz del cambio climático. Y esa no es una buena noticia, porque conforme las especies van subiendo montaña arriba para encontrar lugares menos cálidos, la vegetación de alta montaña va quedando acorralada y podría incluso desaparecer", explica Raúl García-Valdés, investigador postdoctoral del CREAF. "Todo esto también pone en riesgo los sumideros de carbono del planeta, es decir, la capacidad natural de los bosques para absorber dióxido de carbono atmosférico (CO2) que, contribuye a mitigar la concentración de este gas de efecto invernadero", añade.

RECURSOS EN PELIGRO

Todo esto no supone tan solo un problema para la naturaleza. También puede poner en riesgo el hogar de las 1.110 millones de personas que habitan en las montañas y de todas los demás que, directa o indirectamente, dependen de sus recursos. El aumento de desastres naturales (como crecidas de los ríos, inundaciones, corrimientos de tierra o avalanchas) amenaza tanto a las poblaciones de montaña como a las que se sitúan a sus pies. Un ecosistema montañoso maltrecho también haría peligrar los suministros de madera, recursos hídricos y otras materias primas; y, a su vez, también afectarían a las actividades que dependen de estos lugares, como la ganadería y la agricultura. Incluso el turismo, como el que depende de las estaciones de esquí, podría tambalearse ante unas montañas cada vez más áridas y con menos presencia de nieve.

"Necesitamos que la Administración proteja estos ecosistemas de manera urgente, basándose en la información que aportan las investigaciones científicas, en las necesidades y prioridades de la gente que vive en las montañas, y teniendo en cuenta la necesidad de conservar el patrimonio cultural y natural que estos sistemas representan. Tenemos que encontrar la manera de que se comprenda el valor a estos espacios naturales para que se priorice su conservación", comenta Claramunt. "También creo que es importante que cuando hablemos de la importancia de preservar la naturaleza lo podamos hacer sin preguntarnos siempre por su utilidad. Todo merece ser protegido. El espíritu de conservación puede ir más allá de los intereses que el medio ambiente tenga para las personas", reflexiona García-Valdés.