El covid-19 ha roto tantas bolas de cristal que solo los incautos se lanzan a hacer predicciones a estas alturas. La esperanza de que la pandemia amaine con el verano, como ocurre con la gripe, choca con las llamadas a la cautela de los expertos.

La estación que ahora se inicia en el hemisferio norte del mundo juega en contra del virus. El calor empuja a las personas fuera de los espacios cerrados. La humedad arrastra hacia el suelo las partículas de saliva en suspensión. La insolación descompone el virus en las superficies. Y, sin embargo, no hay pruebas que excluyan la posibilidad de un rebrote durante el estío.

Las evidencias son contradictorias. Algunos estudios ven cierta correlación entre la intensidad del virus y la temperatura en cada región. Otros la desmienten.

Por ejemplo, un artículo publicado en Jama ha identificado una «franja del covid». Es una zona, entre 30 y 50 grados de latitud, en la cual se concentran todas las ciudades más golpeadas. Ciudades más al sur de esta franja (como Hanoi, justo al sur de Wuhan), y entonces más cálidas, han tenido pocos casos. Pero tampoco los han tenido otras más al norte (como Moscú) y entonces más frías. De hecho, la OMS destaca que el virus se transmite en todas las regiones del mundo, incluidas las de clima cálido, húmedo y soleado. «Todo apuntaría a que hay estacionalidad, pero no tenemos una demostración clara. Pueden jugar otras variables. En todo caso, lo que es cierto es que no dejaremos de contagiarnos», afirma Antoni Trilla, jefe del servicio de medicina preventiva y epidemiología del Hospital Clínico de Barcelona e investigador de ISGlobal.

«En todo caso, creo que sería un efecto pequeño que no podrá parar la transmisión. La mayoría de la población no tiene inmunidad. La higiene y la distancia social siguen siendo mucho más importantes que la estacionalidad», afirma Jeremy Rossman, profesor de virología de la Universidad de Kent.

VIRUS RESPIRATORIO / El covid-19 es un virus respiratorio como los resfriados y las gripes, que sí son estacionales. Se transmiten mejor cuando el tiempo es frío y seco y peor cuando es cálido y húmedo. El factor determinante es que el calor empuja a la gente a salir a espacios abiertos, o a ventilar los cerrados. Este comportamiento contribuye a diluir la densidad del virus.

Además, el calor y la humedad hidratan las partículas de moco y saliva emitidas por la boca y la nariz, en las que viaja el virus. Esto hace que caigan a tierra antes, explica Trilla. Los rayos ultravioleta del sol, más intensos en verano, desestructuran el ácido nucleico del virus y dificultan su supervivencia en las superficies.

Temperatura y humedad también pueden afectar a la estructura del virus. La partícula vírica empieza a deshacerse por encima de los 40 grados, según Kika Colom, profesora de Microbiología de la Universidad Miguel Hernández. Si se plancha o se lava la ropa a más de 60 grados, el calor mata el virus, pero un secador de manos no es suficiente. Las temperaturas que inactivan los virus se alcanzan en verano en situaciones muy concretas y la OMS niega explícitamente que desaparezca exponiéndose al sol.

Los expertos consultados niegan que situaciones veraniegas como coger un avión o irse a la playa puedan favorecer el contagio. Sin embargo, Colom alerta sobre los sitios en que la gente se ampara del calor. «La estacionalidad tiene un pequeño efecto, pero no será como con la gripe. La gripe cambia cada año, pero la población tiene siempre cierto nivel de inmunidad. Con el covid-19 casi no la tenemos», advierte Trilla. Nadie excluye con contundencia que haya rebrotes en verano. De existir, la estacionalidad del no será suficiente para archivar las medidas de higiene.