Jordan Sinclair tomó una decisión arriesgada en 2014, cuando abandonó su trabajo de funcionario en el Gobierno canadiense para unirse a Canopy Growth, una compañía de cannabis medicinal recién creada en Smiths Falls, un diminuto pueblo de Ontario donde se fabricaron durante años los chocolates Hershey. "Por entonces no era más que una pequeña empresa, pero al hablar con los dueños me transmitieron lo que sonaba como un proyecto increíble. Salí de allí con una enorme energía y optimismo. Todo era nuevo y quería formar parte de ello", dice al otro lado del teléfono. En solo unos años, aquella fábrica de chocolate pasó a cultivar maría, el pueblo se transformó en la capital cannábica de Canadá y Sinclair asumió la vicepresidencia de Canopy, la primera compañía del sector en cotizar en la bolsa de Nueva York.

Aquella pequeña empresa fundada por Bruce Linton, un emprendedor con fama de hombre renacentista y un pasado en las telecomunicaciones, el software o el saneamiento de aguas, tiene ahora una capitalización bursátil de 13.000 millones de dólares. Más que American Airlines o Gap. Es la mayor compañía mundial del sector, por delante de Tilray, la primera en obtener una licencia para exportar cannabis a Estados Unidos destinado a la investigación. Junto a Aurora, Cronos, Aphria o Hexo, también canadienses y cotizadas en bolsa, son los pesos pesados del nuevo mercado de la marihuana legal en el segundo país más grande del mundo, una industria que aspira a generar más de 4.300 millones en ventas en el 2020. Tanto el Gobierno federal como las provincias y los municipios se quedarán su parte en forma de impuestos.

BEBIDAS PARECIDAS AL ALCOHOL

Esa cifra está llamada a multiplicarse exponencialmente en cuanto tome forma el mercado de comestibles e infusiones. "Estamos desarrollando bebidas que serán parecidas al alcohol, en el sentido de que alterarán el estado de ánimo. También trabajamos en bebidas para deportistas, similares a las isotónicas, que no llevarán THC", dice Sinclair en alusión al principal componente psicotrópico del cannabis. Canopy ha recibido una inyección de 4.000 millones de dólares del fabricante de la cerveza Corona para desarrollar esa línea de negocio. También ha movido ficha para posicionarse en el mercado verde la tabacalera Altria. El fabricante de Marlboro ha pagado 1.800 millones por el 45% de Cronos.

Los números reflejan las expectativas estratosféricas que ha generado la nueva industria, que va mucho más allá del centenar largo de productores autorizados hasta ahora. A su alrededor crece un lucrativo universo de abogados, lobistas, empresas de comunicación, tecnológicas o proveedores logísticos. "Aquí lo llamamos la fiebre verde. Esa es la sensación. Hay mucho interés en desarrollar y formar parte del nuevo mercado porque la demanda es muy alta, tanto en Canadá como en otras partes del mundo", dice desde Montreal la abogada Tricia Kuhl. La nueva industria busca abrir mercado en Europa, donde la marihuana medicinal gana espacio. Compañías como Canopy han establecido alianzas en Alemania, la República Checa o España, donde ha llegado a un acuerdo con Alcaliber, una de las pocas empresas españolas con licencia para cultivar, producir y exportar cannabis medicinal y destinado a la investigación.

Blake, el despacho donde trabaja Kulh, tuvo inicialmente algunas dudas antes de embarcarse en el que ha sido durante el último siglo un negocio ilícito. "Todavía hay estigma, pero decidimos meternos de lleno porque creemos en esta industria y su potencial y nuestros clientes iban a entrar en cualquier caso", afirma François Auger, también socio de la firma. Los prejuicios están pasando rápidamente a mejor vida. El dinero lo lava todo. Figuras públicas como el exprimer ministro conservador Brian Mulroney han ingresado en el consejo directivo de Acreage, dedicada al cultivo y venta de marihuana, la misma empresa para la que trabaja ahora el exlíder republicano en el Congreso de Estados Unidos John Boehner.

Corbatas y zapatos pulidos están reemplazando a marchas forzadas a los activistas y entusiastas de la maría que durante décadas lucharon por enterrar la prohibición. “En EEUU el cambio llegó por la vía de los referéndums y fue impulsado en gran medida por los activistas. Aquí también han participado, pero la batalla se ha librado más en los tribunales y el parlamento”, dice Ivan Ross, vicepresidente de Hill & Knowlton Strategies, una consultora de relaciones públicas que hace también lobi para el sector. “Siempre que se crea una industria nueva, las empresas acaban tomando el control”.

UN PUÑADO DE COMPAÑÍAS

Ese es uno de los riesgos del modelo canadiense, más estricto en su marco regulatorio que su vecino del sur porque aspira por encima de todo a proteger la salud pública. Así lo ha explicado su Gobierno. Junto a los posibles excesos de la industria, otro de los temores pasa por la posibilidad de que el naciente mercado acabe dominado por un puñado de grandes empresas, otro oligopolio más en la concentrada historia del libre mercado. “Esa es la situación por el momento, pero se quiere impedir que sea así”, dice la periodista Amanda Siebert, autora de ‘The Little Book of Cannabis’. “El Gobierno introducido nuevas licencias para microproductores con el objetivo de que encuentren un nicho en el mercado. Sería algo parecido a lo que pasa con las cervezas artesanales”.