La reacción que ha generado la nueva película dirigida por Sean Penn durante su proyección para la prensa en Cannes probablemente pueda computarse como un récord: es casi seguro que ninguna otra presentada jamás en el festival provocó el escarnio con tanta rapidez. 'The last face' arranca con unas frases sobre fondo negro en las que se compara la brutalidad generada por la guerra civil de Liberia en 2003, y por su equivalente en el sur de Sudán una década después, con la brutalidad del amor entre un hombre y una mujer. O algo así. No llega a los 30 segundos de metraje. Risas.

Cierto que, por algún motivo, aquí a Penn se lo esperaba con las espadas en alto, pero es difícil pensar en una forma más eficaz detrivializar el sufrimiento de cientos de miles de personas que la que utiliza aquí como premisa. Porque 'The last face' es precisamente eso, una película sobre el amor y el horror protagonizada por Charlize Theron y Javier Bardem en la piel de dos médicos que trabajan para una oenegé. “Las mujeres y la guerra son mi adrenalina”, proclama él en uno de los numerosos diálogos de traca que Penn pone en boca de ambos.

“Leer el guión me hizo sentir tanta rabia por las atrocidades que relata que no tuve otra opción”, ha afirmado este viernes Bardem para explicar su participación en la película. “Además, que se acerque a ellas desde el enfoque de una historia de amor hace que sea una historia única”. El romance en cuestión es retratado en buena medida a través del tipo de tics que han convertido el cine de Terrence Malick en autoparódico: susurros, paseos contra la luz del atardecer, manos extendidas que sobresalen de la ventana de un coche para sentir el viento, y muchas cámaras lentas.

LO MAL QUE ESTÁ EL MUNDO

Pero por supuesto los amantes han escogido vivir su vida entre la barbarie, por lo que la relación está llena también de lágrimas y gritos desesperados, y discusiones sobre la culpa de Occidente que no resultarían más obvias si Bardem y Theron señalaran a la cámara con el dedo mientras hablan. De hecho, la penúltima escena es un discurso que ella dirige a los asistentes a una gala benéfica -y a nosotros-, en el que explicita de la forma más didáctica posible toda la frustración de Penn por lo mal que está el mundo.

En el proceso, cómo no, 'The last face' incluye varios momentos que muestran la tragedia de forma totalmente frontal: niños que se vuelan la tapa de los sesos, montañas de cadáveres desnudos envueltas de moscas, muchedumbres que tratan desesperadamente de huir. Son imágenes pensadas para destrozar al espectador, y de eso se trata. El problema es que, mientras lo hace, las verdaderas víctimas de la guerra permanecen en segundo plano. En realidad, no son personas sino meros accesorios para demostrar lo abnegados y valientes que son los trabajadores humanitarios; dan tanto amor que uno de ellos se llama directamente Doctor Amor.

Peor aún, Penn intenta convertir todo ese horror en poesía visual; parece menos preocupado por hacer que el sufrimiento quede claro que por hacer que quede bonito. Su método cargará de razones a quienes consideran el compromiso político por el que el actor lleva tiempo sacando pecho una mera pose. Puede que esta película sea a culminación de ese compromiso -“un gesto de solidaridad a todos aquellos que sufren por motivos políticos o económicos”, la ha definido-, pero también el punto más bajo de una carrera como director que no ha dejado de ir a menos -mucho ha llovido desde la magistral 'Extraño vínculo de sangre' (1991)-. Más vale ir temiendo lo peor de su 'biopic' del Chapo Guzmán.