La monja, ataviada con cofia ondulada que la distinguía como la mandamás de aquel geriátrico de Soria, ya sabía a qué habían venido los policías catalanes. La Guardia Civil había llamado antes para avisarla de que una delegación de los Mossos d'Esquadra necesitaba hablar con una de sus residentes, una de las seis ancianas víctimas de David Vargas, el cura estafador --también intentó desplumar a ancianas en Vila-real, donde ejerció como vicario en la iglesia arciprestal--. La hermana invitó a la comitiva a pasar y mandó llamar a la residente. Pero ninguna trabajadora logró encontrarla. Y, al final, la monja tuvo que aceptar lo inimaginable y comunicárselo a los agentes:

--No está, ha desaparecido.

--¿Me está diciendo que una anciana de 91 años se ha fugado?

--Eso parece.

Los dos policías regresaron a Barcelona perplejos y comenzaron a intuir que para meter a David Vargas entre rejas solo quedaba encontrar el dinero robado. Sospechaban que lo guardaba en efectivo, escondido en algún lugar. Aunque no había aparecido en ninguno de los dos registros efectuados el 5 de noviembre.

La detención

El 5 de noviembre los mismos investigadores habían detenido a Vargas en su domicilio del barrio de Gracia de Barcelona. Tras seis meses de instrucción judicial reuniendo pruebas contra un embaucador atípico, la expectación era elevada cuando llamaron al timbre a las 8.30 horas. Vargas no tardó en abrir y, tras pestañear un par de veces, se hizo a un lado y les pidió que pasaran. Acostumbrado a manipular a quien tuviera delante, obró con la comitiva judicial que se disponía a poner patas arriba su casa y a llevárselo esposado como si se tratara de familiares a los que había invitado.

Los investigadores, conscientes de que entre sus posesiones podrían aparecer artículos de alto valor histórico que escapaban a su conocimiento, habían pedido la colaboración de la Unidad de Patrimonio. Fue un acierto. Aquel piso era el nido de un coleccionista compulsivo, donde cada cajón almacenaba centenares de objetos amontonados sin perder un sentido del orden, por enfermizo que fuera. Acabada la revisión del piso de Gracia, la comitiva se trasladó a una casa antigua de Sant Vicenç de Castellet, que contaba con un garaje que Vargas había convertido en un almacén. En su interior, la acumulación de trastos obras de arte, retablos, figuras, estatuas superaba ampliamente la del piso de Gracia. Demasiados. Los de Patrimonio se rindieron a la evidencia: para hacer inventario había que avisar a técnicos de la Consejería de Cultura.

Lengua de serpiente

El sacerdote David Vargas, de 45 años, se había pasado una década, como mínimo, estafando a ancianas, casi todas del barrio de Sant Gervasi de Barcelona, y expoliando parroquias. Escogía siempre a mujeres ricas y viudas, a ser posible, con escasos vínculos familiares. Después, valiéndose de una verborrea tóxica y esgrimiendo su condición de hombre de la Iglesia se metía dentro de su vida y la dominaba. Rompía los pocos contactos que les quedarán y, finalmente, se apoderaba de todo su patrimonio. Culto, caballeroso y con amplios conocimientos en museología, teología e historia, esas mujeres, todas muy creyentes, lo adoraban.

En el año 2003 el religioso barcelonés fue apartado del municipio, ante las advertencias que algunas familias bien posicionadas de Vila-real realizaron al entonces obispo de Segorbe-Castellón, Juan Antonio Reig Pla --sin mucha vista para la criba de clérigos--, a quien trasladaron las malas artes del sacerdote tras supuestos intentos de estafa por su parte.

De la trilogía de Tolkien, 'El Señor de los Anillos', resulta difícil de olvidarse de Gríma. Apodado Lengua de Serpiente, envenena con embustes el buen juicio del rey Theoden hasta lograr que desconfíe de todos salvo de él. Así era Vargas con sus víctimas octogenarias, a quienes aislaba de su entorno. Anuladas y solas, las ingresaba en residencias para la tercera edad, que pagaba con el dinero de ellas. Tanto la casa de Gracia como la de Sant Vicenç de Castellet pertenecían a dos de sus víctimas. No eran las únicas propiedades que tenía. Los Mossos sospechaban que había por lo menos seis estafadas, algunas ya fallecidas, otras con demencia y otras que, a pesar de estar en sus cabales, seguían idolatrando a Vargas.

La anciana de 91 años de la residencia de Soria era de las que seguían creyendo en él. Vargas y ella se conocieron hace mucho tiempo en una capilla de la zona noble de la ciudad, donde el aspirante a cura se forjó como seductor de viudas conservadoras. La mujer, al escuchar que Vargas había sido arrestado y la necesitaba, se escapó de la residencia dando esquinazo a los policías que la esperaban, cogió un autobús hacia Cataluña y, siguiendo las instrucciones de Vargas, ordenó a una trabajadora de la limpieza romper el precinto judicial que sellaba el almacén de Sant Vicenç de Castellet. Según las sospechas policiales, esa rotura del precinto permitió a Vargas entrar en el almacén y llevarse de allá los objetos de más valor y que más riesgo entrañaban de incriminarle. El 11 de noviembre, poco después de quedar en libertad con cargos tras su detención, Vargas informó al juzgado de que una trabajadora de la limpieza "había roto sin querer el precinto".

El mayordomo

No es frecuente que un juez conceda pinchazos telefónicos en un caso de estafas. En este caso, accedió y los policías pudieron escuchar las llamadas de Vargas. Los investigadores, además de constatar que su capacidad para dominar a las víctimas era abrumadora, dieron con un amigo a quien el cura llamaba constantemente. Vargas, Lengua de Serpiente, había hecho creer a su amigo que estaba a punto de ser excomulgado por la Iglesia y que solo el propio Vargas estaba en condiciones de evitarlo. Con las ancianas usaba estrategias calcadas. En agradecimiento a Vargas, el pobre amigo hacía cuanto le pedía Vargas, que lo usaba como un mayordomo.

Los investigadores citaron a declarar al 'mayordomo'. Vargas, semanas después de la detención, le acompañó a la comisaría de Les Corts y se marchó a una cafetería cercana a esperarlo.

No fue nada fácil convencer al 'mayordomo' de que Vargas era un estafador. Pero ante el abanico de pruebas que desplegaron los Mossos, acabó revelando que el sacerdote le había dado hacía pocos días dos pesadas maletas para que las guardara en su casa.

Mientras Vargas seguía con su café junto a la comisaría, policías y 'mayordomo' fueron en busca de las maletas. Al abrirlas, los agentes, tras meses de trabajo y semanas de angustia, supieron que habían atrapado al cura estafador. En las dos maletas había tres millones y medio de euros en efectivo, 25 diamantes, anillos, libros antiguos, pinturas era el tesoro amasado con 10 años de mentiras a ancianas ricas.

La huida

Los agentes dejaron las maletas en la comisaría y fueron a la cafetería a arrestar a Vargas, que ya no estaba. Habían pasado casi cinco horas y se había olido la traición del 'mayordomo'. Al día siguiente, 17 de diciembre, a primera hora de la mañana, tras una noche que los policías pasaron en vilo, volvieron a saber de él. Vargas se había lanzado a la ronda de Dalt desde uno de los puentes. Había caído sobre una furgoneta y estaba herido: fractura abierta en un tobillo y aplastamiento de la columna. Algunos creen que intentó suicidarse. Otros que hizo exactamente lo que se había propuesto.

Tras un mes de ingreso hospitalario, los agentes acudieron al hospital el día que recibía el alta hospitalaria y se lo llevaron detenido por segunda vez. Con el tesoro en poder de la policía, el juez de instrucción 6 de Barcelona lo metió en la cárcel preventivamente. La Iglesia ya ha anunciado que se presentará como acusación particular en el juicio contra Vargas.