La obesidad es la «epidemia del siglo XXI», sostiene la comunidad científica. Sin embargo, la estrategia con la que se afronta este problema desde los centros de atención primaria hace a todas luces agua, según coinciden médicos de cabecera, nutricionistas y pacientes que sufren esta enfermedad. Y es que en las consultas de toda España hay un gesto que se repite cuando un médico determina que la persona que tiene delante debe adelgazar o seguir unas pautas alimentarias para afrontar sus problemas de hipertensión, diabetes o colesterol: la mayoría saca una de las dietas que guarda en un cajón o en la bandeja más cercana y se la da al paciente, cuando sabe que estas recomendaciones no han variado desde hace años, no son individualizadas y, por lo tanto, el porcentaje de éxito es escaso.

La voz de alarma contra las llamadas «dietas del cajón» la ha lanzado el Consejo General de Colegios de Dietistas Nutricionistas de España, pero es una opinión compartida por muchos facultativos de atención primaria y personas con obesidad. «A los pacientes, para que pierdan peso, hay que insistirles y motivarles, y esas dietas son estándar, por lo que algunos las hacen y funcionan, pero la mayoría no se adapta a ellas y no las sigue», explica Joaquín San José, médico de atención primaria y especialista en nutrición. «Dudo de que tengan una eficacia real», corrobora a su vez José Manuel Fernández, coordinador del grupo de nutrición de la sociedad de médicos de atención primaria Semergen.

Uno de los problemas es que estas pautas no se han actualizado desde hace años, como sí se modifican, según los nuevos estudios, las recomendaciones que dan los pediatras a los padres a la hora de introducir los alimentos a los niños. «Yo llevo 25 años como médico y las dietas contra la obesidad son exactamente iguales desde que empecé. Todas cumplen un requisito: que las calorías que se ingieren sean menores a las habituales, es decir, que haya un déficit calórico», explica San José.

personalización // El otro gran problema de estos regímenes es que no son individualizadas, no se adaptan al estilo de vida, los gustos alimentarios ni la capacidad económica de la persona, de ahí que, muchas veces, se abandonen a la primera de cambio y algunos pacientes las metan en un cajón y no las sigan nunca.