Los chalecos amarillos han inutilizado el 75% de los más de 3.000 radares fijos distribuidos por las carreteras francesas desde que la revuelta se inició el 17 de noviembre del 2018. Una destrucción que ha empezado a pasar factura en forma de fallecidos. Según el Gobierno galo, esta desvastación ha causado que las muertes por accidente de tráfico se dispararan el pasado febrero un 17%, después que subieran ya un 3,9% en enero. Toda una lección para quienes aún sostienen que los controles de velocidad tienen una finalidad recaudatoria.

El movimiento de protesta, que suscitó el apoyo de media Francia pero que ahora ha quedado en manos de la ultradrerecha y la ultraizquierda, centró desde el primer momento parte de sus quejas en la reducción de la velocidad máxima en las carreteras convencionales de 90 a 80 km/h que Francia había aprobado en verano. Y una de sus familias partidarias del vandalismo la emprendió con los radares.

A principios de marzo, el ministro del Interior, Christophe Castaner, informó a France Info que «el 75% de los radares (...) fueron neutralizados, atacados, destruidos». Pese a que la magnitud de la protesta se ha reducido tras las rectificaciones y la operación de debate nacional llevada a cabo por el presidente Emmanuel Macron, la destrucción de radares «se ha convertido en un deporte amarillo» muy difícil de perseguir policialmente, según las autoridades francesas.