Nuevos brotes en China certifican que sin vacuna solo hay victorias frágiles. El país asiático expulsó al coronavirus de su territorio pero sigue apagando focos importados con la certeza de que una cerilla prende la pradera. Son apenas decenas de contagios, envidiables para un mundo que los cuenta por millones, pero alerta del peligro del patógeno incluso en sus estertores.

La lucha se ha trasladado desde la cálida provincia de Hubei hasta la gélida Heilongjiang. En los últimos diez días ha concentrado más de la mitad de todos los casos nacionales. "Vamos a la batalla para defender Suifenhe", clamaba la prensa días atrás. Suifenhe es una anodina ciudad dormitorio de 70.000 habitantes (una minucia en la escala china) situada a un puñado de kilómetros de la frontera rusa que ha concentrado la atención nacional en las últimas semanas. Miles de chinos asustados por el avance la pandemia en Rusia volaron hacia Vladivostok, cubrieron los últimos 200 kilómetros por carretera y tensaron las capacidades de los funcionarios fronterizos. Cerca del 20% de los llegados estaba infectado, según las cifras oficiales.

Suifenhe ha calcado la receta de Wuhan. Ha levantado un hospital de la nada con cientos de camas, cerrado sus fronteras e impuesto una estricta cuarentena que solo permite salir a la compra a una persona por domicilio cada tres días.

Destituciones

En Harbin, la capital provincial, se han detectado un par de focos. El primero está relacionado con una mujer que regresó de Estados Unidos e infectó a una cincuentena de personas. El segundo fue originado por un anciano de 87 años que durante su estancia en dos hospitales contagió a 30 personas y ha obligado a poner en observación a más de 4.000.

Las medidas no han sido escasas ni tibias. La cúpula sanitaria provincial ha sido destituida por sus "laxos controles" y se investiga a 18 personas que incluyen a directores de hospitales y al vicealcalde de Harbin. Las cuarentenas para todos los visitantes se han estirado de las preceptivas dos semanas a las cuatro y las autoridades de Suifenhe han aceitado la delación vecinal con generosas recompensas: informar de personas que han cruzado de forma ilegal la frontera o han mentido sobre sus síntomas, contactos con contagiados o historial de viaje se paga con 3.000 yuanes (casi 400 euros).

El brote en Heilongjiang ha atemorizado a las provincias vecinas que forman Dongbei o la zona del noreste. Los viajeros que llegan a Jilin desde Harbin y Mudanjiang son sometidos a una cuarentena forzosa y tienen que pagar de su bolsillo las tres pruebas de detección del coronavirus. Shenyang, la capital de Liaoning, ha impuesto medidas similares mientras Xiamen, en la misma provincia, ofrece 15.000 yuanes (casi 2.000 euros) a cambio de información sobre los llegados de forma ilegal.

Vuelos cancelados

A China le inquieta la situación de la pandemia en Rusia, un aliado geopolítico con el comparte una vasta frontera. Las autoridades en Shanghái detectaron semanas atrás a 60 infectados en un vuelo que había despegado de Moscú y el reciente sarpullido de casos en Helongjiang ha agravado las sospechas. Los miedos se han demostrado más poderosos que la alianza geoestratégica: si Moscú canceló los vuelos con China cuando Wuhan se desangraba, ahora Pekín ha cerrado su frontera en Suifenhe y su embajada en Rusia ha aclarado a los chinos que su regreso tendrá que esperar.

Otras latitudes chinas han registrado focos. Tres contagios locales elevaron la alarma en Chaoyang, el más poblado y cosmopolita distrito pequinés. Y en la sureña Guangzhou, la antigua Cantón, una cadena de infecciones localizada en la nutrida comunidad africana ha provocado una cuarentena generalizada para todos los negros y desagradables episodios discriminatorios.

La batería de rotundas medidas, algunas ajenas a la diplomacia y la estética, ha apagado los incendios. Los contagios han caído desde los 30 casos del martes pasado a los 10 de hoy y China ha colocado otro cero en el casillero de fallecidos. Pero sus esfuerzos por gestionar lo más parecido a una victoria en la actualidad adelanta los que le esperan al resto cuando las calles recuperen la vida y lleguen viajeros de países castigados.