La obsesión de Patricia Carmona es que su hijo reciba una educación tan sólida en igualdad que el machismo le resulte inconcebible. Solo tiene cinco años, pero es consciente de que los valores que asimile ahora configurarán su personalidad en el futuro. Carmona tiene 38 años. Estuvo clínicamente muerta en dos ocasiones después de que su exnovio le asestase ocho puñaladas con un machete de supervivencia -un cuchillo dentado de grandes dimensiones- y los médicos tuviesen que reconstruirle la aorta y extirparle el bazo y un metro de intestino. El horror ocurrió en enero de 1998 en Alcalá de Henares (Madrid). Su caso fue clave para la toma de conciencia social y el Consejo de Ministros aprobó el primer plan de acción contra la violencia doméstica solo tres meses después de la agresión.

Carmona explica la barbarie en primera persona como si fuese una anécdota desafortunada y no le hubiese ocurrido a ella. No es falta de sensibilidad, es el resultado de 10 años de psicólogos y terapias. “El cuerpo siempre se recupera antes que la cabeza”, dice. Y, sin embargo, Carmona convive con un 38% de discapacidad. Ella pertenece a ese escalofriante porcentaje de mujeres que sobreviven al ataque de sus parejas pero arrastran secuelas físicas. Concretamente, por cada mujer asesinada, diez agredidas sufren como consecuencia de la agresión machista discapacidad visual, auditiva o de movilidad.

Agresión sobre mujeres con discapacidades

Pero si por un lado tenemos a las mujeres que sufren discapacidades tras una agresión, los números muestran también otra realidad obscena: la violencia de género afecta al 31% de las mujeres discapacitadas, un porcentaje que duplica las cifras respecto al resto de la población femenina. Lo que viene a significar que es mucho más probable que esas mujeres vayan a sufrir esta lacra social en silencio. Si el pánico funciona como elemento disuasorio en mujeres con plenas facultades, la vulnerabilidad de las personas dependientes es, directamente, un elemento paralizante.

Protección en vilo

“Denunciar es lanzarse al vacío porque nunca sabes si la protección va a ser tan real como para evitar la reacción de una persona violenta tras la acusación. Si eso ocurre en una situación de normalidad, imagínate en el caso de una mujer con discapacidad, que además probablemente sea dependiente económicamente y no conozca la ley”. Carmona conoce el pánico porque lo ha sufrido en primera persona y porque parte de su trabajo en la ONCE es intentar detectar el miedo y apoyar a mujeres víctimas de agresiones machistas.

Los resultados que maneja la Fundación ONCE provienen de la macroencuesta sobre violencia machista del Ministerio de Sanidad; los datos son irrefutables pero insuficientes. “La idea es diseñar encuestas específicas para detectar con más precisión los casos de vulnerabilidad y actuar con más precisión y celeridad”, dice sin titubear Teresa Palahí, secretaria general de la Fundación ONCE. Trabaja desde hace 29 años en la corporación y lucha por la normalización de las personas ciegas y discapacitadas desde que tiene memoria.

Localizar situaciones de riesgo

No existen protocolos de detección de violencia de género en este tipo de hogares, así que las agencias de colocación de empleo de la Fundación ONCE se han convertido, contra todo pronóstico, en los principales focos para localizar situaciones de vulnerabilidad. “Nos dimos cuenta de que un porcentaje amplio de las personas que solicitaban empleo eran víctimas de violencia de género, de hecho, la búsqueda de trabajo era solo una fórmula para denunciar los malos tratos”, señala Palahí. Solo en el 2016, la entidad atendió a 500 mujeres víctimas de violencia a quienes se les ofreció apoyo psicológico, formación e intermediación laboral.

En los casos de violencia doméstica, la independencia económica es fundamental para recuperar la libertad, por eso es una prioridad rebajar la tasa de paro actual del 29,3% entre mujeres con discapacidad e invertir esfuerzos en educar a las nuevas generaciones. “La educación debería incorporar horas lectivas que reivindiquen la igualdad y la tolerancia. Crecer sin perjuicios y sin machismo es un reto imprescindible para reducir, de una vez, las estadísticas de violencia de género”. Carmona, mientras tanto, seguirá dedicando horas extraescolares a explicar a su hijo la importancia de la paridad y el respeto para que nadie tenga que sufrir su infierno o vivir con sus cicatrices.

La violencia en cifras

La violencia de género afecta al 31% de las mujeres discapacitadas

Por cada mujer asesinada, diez agredidas sufrirán algún tipo de discapacidad

La tasa de paro entre mujeres con discapacidad es del 29,3%

La ONCE atendió en el 2016 a 500 mujeres víctimas de violencia de género

El 13% de las mujeres asesinadas sufría algún tipo de discapacidad

*Datos obtenidos de la macroencuesta sobre violencia machista del Ministerio del Interior