Chenoa ya lo tiene claro. Tras la famosa cobra, lo de echar un pinchito con Bisbal, que dirían los de La que se avecina, quedó atrás. Así hablan y se entienden los jóvenes de hoy, y el esquivo movimiento de la serpiente, símil de la evitación de un beso, aparte de revolucionar las redes, sirve de ejemplo de otra más relevante revuelta, la del lenguaje, que emprenden los adolescentes y jóvenes de cada generación.

Vocablos y expresiones, la mayoría efímeros, que les permiten la identificación con su colectivo. Nacen, se reproducen a gran velocidad, triunfan y al poco fallecen al caer en desuso y ser sustituidos por otros nuevos. Solo unos pocos perviven y pasan al léxico común y al diccionario académico. Rollo, flipar, molar, culamen, pibón... Son ejemplos. La era tecnológica ha multiplicado el fenómeno. En pocas horas, una ocurrencia se viraliza y entra en una jerga juvenil más dinámica y a la vez más efímera que nunca.

Habrá que ver cuánto tiempo sobrevive en la jungla lingüística la cobra, una expresión que tuvo su momento de gloria en el 2009 de la mano del cineasta vasco Borja Cobeaga, que la incluyó en su ópera prima, Pagafantas, término este también lanzado entonces al estrellato y obsoleto.

TRANSGRESORES // Películas, series, reality shows, internet... Los almacenes del argot juvenil son inagotables. Desde las yoyas del primer Gran Hermano al ¡zasca! popularizado por Berto Romero. «Los jóvenes son transgresores por definición, y esa necesidad de rebelarse, de romper con lo establecido, lo llevan a todos los terrenos, la moda, el lenguaje... La renovación de palabras se da en todas las lenguas y épocas», explica Ona Domènech, directora del grado de Lengua y Literatura Catalanas de la UOC.

La viralización conlleva que el léxico juvenil sea hoy más mutante que nunca. Lo explica el filólogo Cecilio Garriga, de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB): «La caducidad coloquial se ha acelerado porque cuando los vocablos se estandarizan y pasan a ser del dominio de una mayoría, ya no interesan a los jóvenes porque no se identifican con ellos, pues buscan diferenciarse». Más aún: a menudo, cuando llegan al diccionario han perdido su uso o sentido. El filólogo defiende la riqueza lingüística de los chavales tecnológicos frente a la creencia de que su léxico se ha empobrecido. «Hay que tener una visión más descriptiva de la lengua porque hay mecanismos de creación de palabras que a los adultos les parecen extrañas pero se acaban imponiendo», dice.

Entre esos mecanismos figuran las metáforas, los sufijos (como aco o uqui en camionaco o fiestuqui), los cambios semánticos (petar era gustar y ahora significa triunfar), la influencia del inglés (fail, random) o las abreviaciones (finde). H