Hay un orden interno en las parsimoniosas caravanas de manteros cargados con sus hatos en la boca del metro. El 'jebelu' marca las distancias entre los hatillos tendidos en la acera, e incluso las huidas cuando los espanta la policía, sincronizadas como en las bandadas de estorninos. La palabra 'jebelu' explica muchas cosas en el 'top manta'.

En uolof, lengua de Senegal y Gambia, significa sumisión, pero no esclavitud, sino como adhesión o entrega a un colectivo o un proyecto. El 'jebelu' es la condición que une a los miembros del Mouride, la mayor cofradía del Islam al sur del Sáhara, a la que pertenece la inmensa mayoría de los senegaleses que venden bolsos, gafas y camisetas falsas en aceras españolas.

Fuentes de la Sección de Propiedad Intelectual e Industrial de la Policía Nacional llevan detectando presencia creciente de senegaleses en el 'top manta' desde el 2001, pero es desde hace cinco años -explican- que los muridíes (miembros de la cofradía Mouride) tienen esta modalidad de venta ambulante casi como un monopolio. Quedan manteros gambianos, ganeses e incluso marroquíes, pero son los adeptos del Mouride los que mandan en la manta.

La confesión es una rama del Islam sufí, integrista y moderada. Uno de cada cuatro senegaleses es mouride o muridí, y todos, bajo el liderazgo de 'marabús' (líderes religiosos), tienen como califa a Moutakha Mbake, descendiente del fundador, Amadú Bamba (1853-1927).

COMPARTIR POR LEY

El 'ndiguel', código interno de la cofradía, obliga a la solidaridad entre los miembros, también a los manteros. Su base es la ayuda mutua y la santificación por la vía del trabajo en equipo, que se promete con la adopción del 'jebelu'. El mismo código les cohesionaba en el Senegal campesino formando 'dahiras' (asociaciones, parroquias) administradas por un jeque y reguladas en lo religioso por un 'marabú' o 'morabito'.

Los senegaleses muridíes emigrados a España, Italia, Francia o Estados Unidos forman 'dahiras' en cada ciudad, y mantienen una vinculación espiritual, pero también económica, con la gran 'dahira' de Touba, en el centro de Senegal, su ciudad santa, la Jerusalén o Meca del muridismo.

REUNIÓN CON TRIAS

El 25 de septiembre del 2013, cuando Xavier Trias recibió a Serigne Mamora Mbacke, líder de las 'dahiras' de la diáspora, este le habló al entonces alcalde de Barcelona de una universidad internacional que proyectaba en Touba. Cuando no es una universidad es un hospital. A una sucesión de proyectos sociales o religiosos en la ciudad santa destinan los manteros (y todo el Mouride) las donaciones a las que les obliga su confesión.

Cada miembro compra una tarjeta de adhesión a la 'dahira' por siete euros, que les procurará el abrigo de la comunidad, en la que se comparten casas, comida y algunos servicios. Cada año, el muridí dona el equivalente en francos CFA a 60 euros.

Tres federaciones de 'dahiras' (Catalunya, Madrid y Andalucía) lideran en España. A través de ellas, una vez al año se canalizan donaciones desde cuentas bancarias españolas hasta una cuenta en Touba. No todo el dinero procede de la manta: en la costa cantábrica hay también 'dahiras' de senegaleses enrolados en barcos de pesca.

El muridismo y sus normas ordenan la vida del mantero senegalés, y refuerzan la autoridad de jeques, 'morabitos' y también del veterano con prestigio en la 'dahira' ('gulú'). De él debe aprender el novato ('dachar'). Trabajar sin protestar, rezar y reunirse periódicamene con la comunidad son leyes básicas.

ORGANIZACIÓN CRIMINAL

Las fuentes policiales consultadas no llaman mafia a las redes de manteros, porque no las cataliza la amenaza de muerte. Pero sí ven características de organización criminal. Organización porque hay jerarquía, 'omertá' (ley del silencio) y recaudación organizada del dinero ganado y blanqueo, con frecuencia en forma de donaciones a mezquitas de dentro y fuera de España. Pero la principal sombra de una organización detrás del 'top manta' es la ausencia de riñas por el espacio. Alguien pone orden.

Esa organización es criminal porque genera lucro por la comisión de un delito, el de venta ambulante de productos que violan la propiedad industrial. El artículo 274 del Código Penal lo castiga con entre seis meses y dos años de cárcel. "Pero el mantero no tiene conciencia de ilegalidad -comenta una fuente de la Policía que vigila el fenómeno- ni comprende el concepto de propiedad industrial, ni piensa que haga daño vendiendo sus bolsos o zapatillas".

Por la discreción con la que actúan, no se sabe fuera de las 'dahiras' cómo se han hecho con el negocio. A la Policía no le constan guerras urbanas de senegaleses contra nigerianos, liberianos y guineanos, que se repartían la manta hasta el 2012, cuando empezaron a llegar a las aceras los muridíes de Senegal.

Ya no hay vendedores con experiencia en conflictos bélicos, antiguos combatientes de África que conservaban entre sí jerarquías castrenses. Los buhoneros negros de ahora eran en Senegal campesinos del cacahuete o pescadores de comunidades muy propensas a la emigración. Pero su objetivo es regresar: en las 'dahiras' españolas no hay apenas senegaleses de segunda generación, ni tampoco ancianos.

EL 'TOP MANTA' DEL 'TOP MANTA'

Diversos cuerpos policiales siguen detectando una mayoría de asalariados entre los manteros, pero en la Asociación Española de Defensa de la Marca (Andema) creen que se está produciendo un cambio en la relación del mantero con sus suministradores, del asalariado al falso autónomo.

Desde el 2015, los traficantes de productos falsificados se han dado cuenta de que es menos arriesgado vender, o dar a crédito su producto al mantero, que pagarle por vender. Si el mantero sufre una incautación policial, será él quien pierde la mercancía. El mantero pasa a ser propietario de lo que vende -aunque no lo haya elegido-, "y eso explica que se hayan vuelto agresivos cuando se les intenta incautar el producto", opina José Antonio Moreno, portavoz de Andema.

Fuentes policiales y de esa asociación coinciden en estimar una media de ganancias de un mantero al día: 30 euros. "Él no asimila que esté siendo explotado por mafias -explica una de esas fuentes policiales-. Al contrario, se siente agradecido porque le han dado un trabajo en una ciudad extraña".