La amenaza terrorista ha cambiado el panorama en muchas capitales, donde los habitantes conviven a diario con un despliegue inusual de agentes armados patrullando algunas de las zonas más concurridas.

PARÍS, UN AMBIENTE ASFIXIANTE

En año y medio, de enero del 2015 a julio del 2016, los ataques contra 'Charlie Hebdo', las terrazas de París, la sala Bataclan y el paseo de los Ingleses de Niza se han llevado por delante la vida de 228 personas. Los atentados han puesto a prueba los resortes de la sociedad francesa para hacer frente al terror dentro del Estado de derecho y la amenaza yihadista es el primer motivo de preocupación para la mitad de los ciudadanos.

Ocho de cada 10 ciudadanos están dispuestos a renunciar a parcelas de libertad en aras de una mayor seguridad. El estado de emergencia, el llamado plan ‘Vigipirate’ y la omnipresencia de policías y militares, fusil de asalto en mano, patrullando las calles o apostados frente a sinagogas y escuelas judías, forman ya parte de la vida cotidiana de los parisinos, confrontados a cierta ‘israelización’ en su modo de vida, convencidos de que nada impedirá que el terrorismo golpee de nuevo.

Lo que antes era excepcional se ha convertido en norma. Abrir el bolso o desabrocharse el abrigo para ser cacheado son gestos automáticos al entrar en unos grandes almacenes o en una sala de conciertos.

Los padres asumen sin demasiado entusiasmo que en los colegios de sus hijos se hagan tres simulacros de atentado al año. Por las instalaciones de los bomberos de París han pasado desde enero 8.000 personas para recibir formación en primeros auxilios.

La organización de festejos al aire libre es objeto de polémicas recurrentes; las falsas alertas de atentado desatan el pánico en cuestión de segundos y el nerviosismo es palpable en el metro cada vez que por megafonía se anuncia la presencia de un paquete sospechoso.

"Tu modo de vida cambia obligatoriamente. A mí no me gusta ver a los militares por la calle, escuchar las sirenas, ir en el metro con estrés. Hay algo asfixiante en el ambiente", resume Frédéric, de 49 años, tras el mostrador de su tienda de ultramarinos. Aun así, en París sigue palpitando el plácido bullicio de sus cafés, restaurantes y terrazas. -EVA CANTÓN

LONDRES, SIN ANSIEDAD

Los dos policías que pasean lentamente por la londinense acera de High Street Kensington caminan relajados. Van mirando a un lado y a otro de esta calle comercial muy transitada sin especial ansiedad. Una jornada rutinaria, a no ser por su indumentaria. Los oficiales van protegidos con voluminosos chalecos antibalas y portan rifles semiautomáticos.

En la zona están la embajada de Israel y el Palacio de Kensington. En otro punto de la ciudad, a la salida del metro de Green Park, dos agentes hacen guardia, inmóviles, con similar uniforme y armamento. Ni los que van y vienen del trabajo, ni los muchos turistas que circulan junto al Hotel Ritz, les prestan la menor atención. Tampoco se inmutan los viajeros apresurados que se cruzan con oficiales armados en el vestíbulo de la estación de tren de Liverpool Street. Los londinenses se han acostumbrado a la presencia de especialistas en la lucha antiterrorista. Una presencia muy discreta, que quiere ser tranquilizadora y disuasiva, sin crear ansiedad.

En Londres todo el mundo es muy consciente desde hace tiempo de que la capital puede ser de nuevo el blanco de un atentado terrorista del extremismo islámico. Los llamamientos en aeropuertos y transportes públicos a mantenerse vigilantes y reportar inmediatamente cualquier hecho o incidente sospechoso, forman parte del día a día. Este verano, tras los ataques en el continente europeo, Scotland Yard difundió mensajes básicos sobre cómo debías reaccionar en caso de verte envuelto en un atentado masivo. La primera norma fue muy simple: "Corre tan lejos como sea posible", porque en esas circunstancias, mucha gente se queda paralizada y se convierte un blanco fácil. "Cuando ya no puedas correr más lejos, escóndete y entonces, llama a la policía".

Scotland Yard también anunció la incorporación 600 nuevos oficiales armados, acuartelados en Hyde Park. Sus miembros serán capaces de desplazarse a cualquier lugar a gran velocidad, utilizando motocicletas BMW F800, especialmente adaptadas. -BEGOÑA ARCE

BRUSELAS, BAJO UNA AMENAZA MUY PRESENTE

Hace casi siete meses que Bélgica se despertó con el primer atentado terrorista en su territorio. Un ataque cometido contra dos infraestructuras clave, y utilizadas por miles de ciudadanos de a pie como son el metro y el aeropuerto de Bruselas, que dejó 32 muertos, decenas de heridos y un despliegue policial y militar sin precedentes en el país. La sensación de inseguridad desde entonces, sin embargo, no ha desaparecido. Aunque los bruselenses han aprendido a vivir rodeados de militares, la amenaza sigue muy presente en la vida diaria de la ciudad.

"Estoy más nerviosa. Escucho cualquier ruido y entro en pánico. La verdad es que a mí sí me tranquiliza ver militares en las calles", cuenta una joven galesa residente en la capital desde hace más de una década. Cientos de soldados, con grandes camiones, siguen frente a edificios neurálgicos: la sede del gobierno belga, algunos ministerios, instituciones europeas, museos o lugares emblemáticos como la sinagoga de Saint Gilles, aunque han dejado de vigilar, por ejemplo, las escuelas. "La vigilancia ha desaparecido completamente. Es algo paradójico porque cuando ocurrió el atentado éramos muy conscientes de que no era posible un ataque", dice una madre con hijos en una escuela primaria francófona.

Aunque la presencia de militares en las calles ha ayudado a dar una sensación de seguridad, todo el mundo es consciente de que las medidas de seguridad son insuficientes, que la vigilancia se concentra en unos pocos lugares y que golpear a la población, como ocurrió en Niza, sigue siendo igual de fácil que antes del atentado del 22 de marzo.

"¿Si tenemos sensación de seguridad?", se pregunta otro expatriado. "Si ponen una bomba, nos vamos de este mundo todos, incluidos los militares", responde sin dramatizar pero consciente de que el peligro no desaparece porque haya más vigilancia en las calles. "Al principio es verdad que daba un poco de 'yuyu', pero ya estamos acostumbrados", asegura sobre la presencia de soldados en las calles. "Cruzamos los dedos y confíamos en que no vuelva a ocurrir", concluye. -SILVIA MARTÍNEZ

NUEVA YORK, ADAPTADA A LA NUEVA NORMALIDAD

Metallica ofreció hace unos días un concierto en Webster Hall, un local en el East Village, con capacidad para 1.500 personas. La misma que Bataclan. Y si los asistentes no llegaban con la matanza de 89 personas en noviembre en la sala parisina en mente, en la entrada en la calle 11 tenían un recordatorio: junto a patrulleros de la policía de Nueva York se desplegaban miembros de la unidad antiterrorista, claramente identificados por la palabra "antiterrorismo" en sus chalecos azules. Imposible saber cuántos más se camuflaban de paisano.

Entre quienes esperaban a entrar no se palpaba preocupación. Y esa reacción de normalidad posiblemente se deba a que desde hace 15 años los neoyorquinos se han acostumbrado a la fuerte presencia en lugares públicos y grandes citas de agentes de distintas fuerzas del orden, a menudo parapetados con equipamiento militar y armas semiautomáticas iguales a las que usan los soldados en Afganistán o Irak.

Aunque desde cuatro meses después de los atentados del 11-S la policía de Nueva York tiene una oficina antiterrorista, en noviembre del año pasado creó una fuerza específica, el Comando de Respuesta Crítica, en la que trabajan más de 1.000 agentes y empleados de los 51.000 de la policía neoyorquina (no por nada el exalcalde Michael Bloomberg presumía de tener su "propio ejército"). Y aunque no falta quien se queja de las molestias que causan las inspecciones aleatorias de bolsas que se realizan en estaciones de metro, las quejas son mínimas.

La ciudadanía se adapta. Ha interiorizado el "si ves algo di algo" que también se ha hecho rutinario. El mes pasado, por ejemplo, en los cinco días siguientes a las explosiones en Chelsea la policía recibió más de 800 llamadas alertando de la presencia de paquetes sospechosos en la ciudad. Normalmente son 42 al día.

Otro cantar es el trabajo de la unidad de espionaje de la policía neoyorquina, también creada tras el 11-S y reforzada después del 11-M en Madrid y cuyos métodos crean sombras sobre las libertades civiles. Sobre todo si se es musulmán. -IDOYA NOAIN

JERUSALÉN, CIUDAD MILITARIZADA

Policías, soldados, tanques, fusiles y pistolas forman parte del paisaje cotidiano de palestinos e israelís. En las calles de Israel, cruzarse con gente armada es habitual. Cuando realizan el servicio militar, los jóvenes llevan su fusil, incluso en sus ratos de ocio. Van con ellos a bares, cines y playas.

Un elevado número de israelís tiene licencia de armas, especialmente los colonos que viven en territorio palestino ocupado y se pasean con pistolas. En Jerusalén -cuya parte Este, según la ley internacional, pertenece a los palestinos pero está ocupada por Israel-, el despliegue de fuerzas de seguridad es muy amplio, especialmente en el centro.

Los registros humillantes a hombres palestinos en la calle son constantes. Les exigen la documentación mientras los apuntan con fusiles o los ponen contra la pared, los cachean y les obligan a desvestirse parcialmente.

También es habitual que la policía efectúe registros en casas palestinas de madrugada y arreste a jóvenes acusados de lanzar piedras a las fuerzas de seguridad o de otros presuntos delitos.

Las medidas de seguridad habituales -con presencia de vigilantes y guardias privados en la entrada de grandes almacenes, supermercados y paradas de tranvía y autobús- aumentan cuando se celebran eventos o se incrementan los ataques de palestinos. El despliegue policial y militar existe desde hace décadas y no responde a la amenaza yihadista sino al conflicto permanente entre israelís y palestinos.

Hace un año, después de que se produjeran varios apuñalamientos y ataques por atropello, la Policía de Fronteras israelí tomó laCiudad Vieja de Jerusalén, donde tuvieron lugar muchos incidentes, y colocó a tiradores en la Puerta de Damasco, una de las entradas al casco antiguo amurallado.

Los accesos a diversos barrios palestinos del este de la ciudad se cerraron total o parcialmente con bloques de hormigón y el Ejército israelí se desplegó en paradas de transportes de la ciudad. Estas medidas se suprimieron con el descenso de los ataques. -ANA ALBA