Verano 70, 40 grados a la sombra, El cálido verano del señor Rodríguez y hasta Verano Azul despertarán en algunas personas las ganas de sacudir el televisor para quitarle la caspa a la mínima que asoma un fotograma de cualquiera de estos títulos, pero las vicisitudes de muchas familias por estas fechas no distan mucho de lo que reflejaban aquellos iconos del cine español. O son peores. En octubre se cumplirán 10 años de la debacle bursátil que confirmó una crisis económica mundial cuyos efectos siguen vigentes; una década de recortes que se han llevado por delante muchos derechos y que ha alcanzado tanto al empleo como al tiempo libre. La conciliación de la vida familiar y laboral en estos meses de vacaciones estivales se ha convertido en un complicado puzle.

La secretaria de Igualdad y FP de UGT en Cataluña, Eva Gajardo, lo resume en una frase: «Las dificultades para poder conciliar familia, vacaciones y trabajo son cada vez mayores por culpa del incremento de la temporalidad y la precariedad del empleo». No todo el mundo tiene la suerte de poder cuadrar los días de libranza, si es que los tiene, pero es que la problemática va acumulando más aristas. Para empezar, como evidencia una de las principales conclusiones de la Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística, una de cada tres familias no puede ir de vacaciones ni una semana al año.

Dado que los sueldos son más bajos en muchos sectores, los perjuicios no solo afectan a si este año se puede salir de viaje o habrá que quedarse en casa. También golpean de lleno a la intendencia diaria, pues muchos padres y madres tienen que disfrazarse de auténticos superhéroes para llegar a todos los sitios al no poder costearse las actividades veraniegas de los hijos.

Para más inri, sostiene Gajardo, las actividades para niños organizadas por el sector público «son mucho menores en esta época del año», así que las familias tienen que agrandar el boquete del bolsillo para colocar a la prole mientras los mayores trabajan. En algunas casas se ha convertido en una desafortunada tradición que el padre y la madre no coincidan en vacaciones para repartirse los días que deben hacerse cargo de los niños mientras la pareja trabaja. En otros casos, no hay dinero para que uno lleve a los niños a la playa mientras el otro trabaja, por lo que toca quedarse en el domicilio familiar.

También hay quien envía a los hijos al pueblo con los abuelos, como antaño, pero ahora, y tanto o más que antes, hay abuelos que trabajan o que deben quedarse en la ciudad formando parte del complicado sudoku doméstico, como tantas otras veces... sin mencionar los rompecabezas añadidos que deben resolver las familias monoparentales.