Si hace unos años, la mayoría de los casos de adicciones a pantallas se producían sobre videojuegos y consolas en el ámbito de casa, el uso de los móviles lo ha cambiado todo y ahora son las redes sociales las que llegan a provocar un consumo casi constante y lo que es peor, advierten los expertos, en cualquier espacio. Eso y la propia condición de algo que se sabe que interfiere en la vida personal pero a lo que no se pone remedio ha hecho que los terapeutas, incluidos los de hospitales como Sant Joan de Deu o Bellvitge, consideren la adicción a las pantallas desde la perspectiva de las drogas y la aborden desde su experiencia en ese ámbito.

“Las pantallas no son una droga, pero la base de la adicción es la misma. Aquí no se trata de abstenerse completamente de ellas, como se hace con el cannabis o el alcohol, sino de pasar a hacer un uso responsable”, afirma Gemma Garcia Enrich, psicóloga y responsable del programa de adicción a las pantallas que ha iniciado la Diputación de Barcelona, destinado a reforzar los que ya ofrecen algunos ayuntamientos y que persigue orientar también a las familias que lo precisen. El centro Spott de Barcelona, que está especializado en adicciones juveniles a las drogas, atiende desde este otoño a seis chicos y chicas con un tratamiento psicológico gratuito para el que prevén una duración de entre seis meses y un año.

“Hablamos de adicción cuando hay un deseo incontrolado que se ven incapaces de parar aunque sepan que les trae problemas”, explica García Enrich. Los signos de alerta son, según la psicóloga, una tendencia al aislamiento familiar y social, el abandono de las actividades que les gustaban, un bajo rendimiento escolar, falta de horas de sueño, quejas de amigos y familiares, y agresividad cuando experimentan problemas de conexión o no se les deja conectarse frente al sentimiento de euforia al conseguirlo. "Y además, la mentira", señala.

“Cuando llegamos a la adicción, es porque hay siempre un problema previo. O les cuesta mucho parar con cualquier actividad que les gusta o hay problemas de relación social y las redes se convierten en un refugio ante la incapacidad de gestionar la soledad”, explica Jordi Bernabéu.

Este aspecto, señala, puede estar más allá de la familia, pero la implicación de los padres y hermanos suele ser parte de todos los tratamientos. “He tenido casos problemáticos en los que había problemas de comunicación familiar muy graves, como la incapacidad de poner normas o no haberse dado cuenta hasta que el problema era muy grave”, recuerda el psicólogo y educador.

“Si un padre saca el móvil en la mesa para leer un correo, el hijo se sentirá avalado para ver el Snapchat durante la cena”, afirma Marc Masip, psicólogo y fundador de Programa Desconecta. “Los padres se gastan cada vez más dinero en el móvil de sus hijos. Y estos se creen que le dedican su tiempo libre. No es tiempo libre, hay que hacerles entender que se lo quitan a otras cosas, como leer, hacer deporte, relacionarse… Y de media hora pasan a dos horas con facilidad, y por la noche nunca es tiempo de dormir. No descansan viendo series o conectados a redes sociales, porque la noche es el gran momento del chat adolescente. Reconocen que el rendimiento baja pero siguen… Ahí está el problema”, explica Masip.

Whatsapp, Snapchat, Youtube, las series y el videojuego online son las aplicaciones más adictivas. Y para Masip, habría que prohibir el smartphone hasta los 16 años, una tarea casi imposible cuando empiezan, admite, a los 10. “Los smartphone los carga el diablo”, sentencia. “Hay chavales que al final del tratamiento te dan las gracias, porque han recuperado el mundo”.