El protagonista de 'Ocho apellidos vascos' (Málaga, 1980) hace un parón en los preparativos de los Goya para atender a EL PERIÓDICO y avanzar por donde irán los tiros de la ceremonia, que se celebrará en Madrid el 4 de febrero. Afirma haber aprendido la lección tras lo ocurrido el año pasado.

La Academia de Cine ha anunciado una gala más pobretona. Austera es una palabra mejor. Vamos, sí, pobretona. La institución no pasa un momento económico muy boyante. No habrá un gran número de apertura, ni magia ni confeti.

¿Qué habrá? Comedia y emoción. Y yo, a capela. Voy a luchar por hacer la mejor gala posible. El primer año era nuevo en esto y no me enteré de mucho. El segundo, la gente me atacó con espadas. Esta es mi tercera vez y, se supone, no puedo hacerlo peor que el año pasado, ¿no?

¿De verdad recibió tantos palos? Yo salí contento. Muchísimo. Pero me asomé al vertedero que son las redes sociales y vi que todos me atacaban, pero no desde el punto de vista artístico sino porque sí. Hasta una asociación de amigos del yate me puso verde. Recibir tantas hostias me provocó agobio y tristeza. Mi cabeza no paró durante los cuatro o cinco meses siguientes.

¿Mirará Twitter este año? No. Ya he aprendido la lección. Una vez que termine la fiesta, lo cerraré. Dejaré de mirarlo durante dos meses. Solo lo utilizaré para poner cosas que yo quiera.

“¿Por qué cojones cuatro amargados me van a impedir hacer algo que hago bien si, además, la industria me apoya?”, dijo a este diario en noviembre. Claro. Nunca dije que no presentaría más galas. Dije que no había merecido la pena. No hacerlo este año sería darle la razón a los cuatro desconocidos que generaron tanto odio. La vida es de los valientes. ¿Por qué presento los Goya? Porque puedo y porque la Academia quiere.

En todo caso, tras el descomunal éxito de 'Ocho apellidos vascos', usted sabe qué es estar en la vorágine. Debe de haber aprendido a gestionar las emociones. Soy humano. No soy una máquina. Soy un tipo normal que va al supermercado. Claro que me afectan y me siguen afectando los dardos, el tiro al plato. Es lo que le pasa también a gente como Penélope Cruz o Javier Bardem, que son gente maravillosa. Pero hay que ir a por ellos. ¿Por qué? Porque les va bien y son felices.

Volviendo a la gala de este año, ¿cómo la está preparando? Trabajando con los cuatro guionistas codo con codo. Nos reunimos y lanzamos muchas ideas. Después, cuando ya salieron las nominaciones vamos añadiendo y quitando cosas. Nos retiramos tres o cuatro días a mi casita del campo para aislarnos de todo y trabajar muchas horas. A veces la familia viene a vernos, cocinamos juntos.

¿Habrá dardos políticos? Por mi parte no. Lo que cada premiado quiera decir en el estrado ya no es cosa mía.

¿Y usted, en qué se centrara? En las pullas a los nominados. Pullas simpáticas. Vamos a tratar de hacer algo divertido que rinda homenaje al cine. No soy Ricky Gervais. Ni creo que el público español esté preparado para una gala así.

¿Tratarán de que la ceremonia no se alargue en exceso? Por nuestra parte lo vamos a intentar. Hace poco sugerimos a los nominados que enviaran por email sus agradecimientos. Así, los pondríamos en una pantalla mientras ellos hacen un discurso más centrado en otra cosa, más emotivo. Pero no han querido. Así que…

¿Se les cortará de alguna manera? En el escenario estará la Film Symphony Orchestra, una banda especializada en bandas sonoras. Son una maravilla. Tocarán más alto cuando el premiado se esté pasado de minutos. Pero, vamos, también nos criticaran por eso. Si cortas a los galardonados es que estás coartando la libertad de expresión. Y si les permites que estén todo el tiempo que quieran te culpan de alargar la ceremonia.

¿Qué hay que tener para presentar los Goya? Lo que tengo claro es lo que no hay que tener: miedo. Ni ser realmente consciente de lo que estás haciendo: ponerte delante de la plana mayor de la industria de este país: actores, directores, productores. Ni de los millones de personas que te están viendo en sus casas por la tele. ¿Qué hay que tener? Pues supongo que talento y tablas. El miedo es el mayor castrador artístico.

¿Cómo lo controla? Esa noche cierro el whatsapp y le digo a mi familia que si alguien me quiere decir algo, que me llame o que me mande un SMS. Soy el primero en vestirme y maquillarme. Mucho antes de que comience la gala yo ya estoy listo. Paso por la alfombra roja y, una hora antes del inicio, me voy con los guionistas a ver la llegada de invitados. Lo hacemos con un vinito y unas patatas. Procuramos pasarlo bien y reírnos mucho. Todo esto hace que cuando yo aparezca en el escenario no esté nervioso, pero sí caliente. Mejor dicho, calentado.