Uno de los aspectos más comentados en las horas que siguieron a la muerte de Carrie Fisher fue que su madre, la también estrella de Hollywood Debbie Reynolds, la había sobrevivido. Pero esta situación duró tan solo un día. La actriz que dio vida a la princesa Leia falleció el pasado martes tras sufrir un paro cardiaco y Reynolds lo hizo el miércoles a causa de un derrame cerebral. Se encontraba preparando el funeral de su hija. Siniestra casualidad o lógica irrefutable. Todd Fisher, el único superviviente de la familia (el padre, el cantante Eddie Fisher, falleció en el 2010), dijo ayer que su madre quería «reunirse pronto» con su hija.

El contenido del libro semiautobiográfico de Carrie Fisher Postcards from the edge --trasladado al cine en 1990 (Postales desde el filo), con Meryl Streep como la hija y Shirley MacLaine como la madre, aunque con los nombres cambiados-- sugería que no existía una buena relación entre ambas. Pero las dos actrices se habían reencontrado hacía años y se han ido juntas. Extraña justicia poética.

Nacida en 1932 en la localidad tejana de El Paso, Reynolds no gozó de una filmografía memorable, pero sí protagonizó algunas películas excelentes. Quizá la mejor de todas sea Cantando bajo la lluvia (1952), la brillante comedia musical de Stanley Donen y Gene Kelly ambientada en Hollywood durante el traumático paso del cine mudo al sonoro.

Protagonizó hasta finales de los 60 una treintena de musicales y comedias. Donen la volvió a dirigir en Tres chicas con suerte (1953). Frank Tashlin, en Las tres noches de Susana (1954) y Say one for me (1959), y Blake Edwards, en La pícara edad (1958), explotaron bien sus recursos en la comedia. Vincente Minnelli le brindó uno de sus papeles más curiosos en Adiós, Charlie (1964), comedia fantástica en la que Reynolds encarna a un guionista asesinado que vuelve al mundo de los vivos reencarnado en mujer. Incluso realizó una fuga en el wéstern con La conquista del Oeste (1962), cinta épica.