Se llamaban Tyson y Violin, y llevaban una vida de perros, como tantos otros animales que esperan tras los barrotes de una jaula alguien que les adopte. Tras años de espera, en diciembre se procedió a su eutanasia en Barcelona «por agresividad». Voluntarios de la perrera denuncian estos hechos esgrimiendo que «no eran peligrosos» y temen «que se produzcan más casos porque el centro está saturado». RD