La burbuja Pokémon Go ha explotado. Los pokémons ya no se encuentran, y sus jugadores tampoco. La cantidad de jóvenes (y adultos) que andaban por las calles enganchados a las pantallas vienen a ser como una especie en peligro de extinción. ¿Qué ha pasado con la viralidad generada por la app? La simplicidad de la idea y su reiteración parecen haber sido su pecado original.

A pesar del empeño de sus creadores en dar un aire fresco al invento, los japoneses no han podido evitar que haya caído al puesto número 72 de la App Store durante estas navidades. Ni los disfraces que les han puesto a algunas criaturas han podido evitar la debacle. La bajada en las listas de descargas también ha servido para frenar las avalanchas humanas que se producían meses atrás, o los accidentes en la carretera como consecuencia de las distracciones Go. Bangkok tuvo que crear un cuerpo policial especial para proteger a los usuarios.

La exhibición de los terminales era un caramelo para aquellos con las manos más largas. En EEUU el juego incluso generó un aumento significativo de los allanamientos de morada y en España dos jóvenes fueron puestos en libertad tras irrumpir en un cuartel de la Guardia Civil. Cabe destacar que incluso la Armada española se publicitó junto al juego para conseguir nuevos reclutas.

Otros de los interrogantes que deja el bajón de la aplicación son los puestos de trabajo que generó la aplicación y la rentabilidad de las acciones de Nintendo, muy solicitadas en verano. Ya en julio (cuando el auge), la empresa cayó un 18% después que la bolsa predijese su impacto «limitado» en la sociedad. Acertó.