A la hora de plantearnos una división que ayude a categorizar las emociones, las etiquetamos como positivas o como negativas. Sin embargo, esta distinción parte de la percepción errónea de que unas son buenas para nosotros mientras que de las otras debemos huir. Publicidad y marketing nos han vendido una imagen irreal de lo que debemos sentir y de cómo controlarlo, siempre apoyado en la cara buena de un grupo de emociones. Todas son realmente importantes, todas tienen su función y todas implican algo bueno para nosotros, aunque no nos guste sentirlo.

La tristeza, la rabia o el miedo son tres de las emociones básica que acaban teniendo la etiqueta de negativas. Sin ellas, no habríamos llegado hasta aquí, no nos podríamos relacionar o no llegaríamos a alcanzar una vida con sentido. Aun así, socialmente son rechazadas. Escuchamos frecuentemente el "no llores" y nos prohibimos la emoción que más bien puede hacernos. Ese rechazo no evita sentir, sino que pone el foco en justo esa emoción y hace que crezca y nos desborde. Aceptarlas y entenderlas es el primer paso para que esto no ocurra y se alineen para que crezcamos y mejoremos.

UN MAL DÍA

Asumimos que hemos tenido un mal día cuando han ido surgiendo imprevistos, todo se ha torcido y las cosas no han estado a la altura de nuestras expectativas. Amenazas emocionales, injusticias recibidas o numerosas pérdidas entran dentro de estos malos días. Son momentos donde lo más común es ver cómo pasan las horas y nos acompañan emociones negativas, las cuales no queremos. Queremos controlar la situación, cuando lo que nos ayudaría sería todo lo contrario. "Lo importante para que nosotros podamos soltar el control es, primero, ser conscientes de que podemos hacerlo, saber que no se va a acabar el mundo por el hecho de que nosotros soltemos un poquito el control", explica la psiquiatra Anabel González. Es justo lo que más miedo nos da, no controlar lo que nos ocurre, lo que acaba haciendo que perdamos verdaderamente el control. Si ocurre con el trabajo, por ejemplo, ocurre también con nuestro repertorio emocional. Un paso para controlar las emociones es paradójicamente lo contrario, perder ese control.

Aunque podamos ver que las emociones básicas tienen una función clara y directa, hay otras más elaboradas que nos bloquean y de las que no podemos salir. Por ejemplo, la culpa de que algo pueda haberse torcido o de que no hayamos estado a la altura de las expectativas, es una emoción que acaba impidiendo el desarrollo. No aparece una única vez, sino que esta tendencia se acaba interiorizando y la persona acaba asociando culpa a múltiples situaciones, sin saber el motivo real. "Es importante ver qué papel juega la culpa en nuestra historia: a veces hemos crecido con personas que también se culpaban por todo o, al revés, personas que echaban la culpa de todo a los demás menos a ellos mismos. La historia de la culpa y la responsabilidad en nuestra historia personal tiene mucho que ver con lo que ocurre", dice Anabel González, autora de "Lo bueno de tener un mal día". Pero no es la única emoción que puede elaborarse en nuestra cabeza de forma errónea. Desanudarla solo será el primer paso, siempre buscando un posible origen.

Las emociones son la brújula sobre la que vamos a apoyarnos para saber si estamos yendo por el camino correcta. Son parte indispensable de nosotros, con una gran utilidad y que van apareciendo a lo largo de todo nuestro día en repetidas ocasiones. Siempre van a ayudarnos, aunque hay premisas para ello. "Nos pueden ayudar muchas cosas, pero lo primera y lo más básico es pararnos a notarlas. Si vamos muy rápido de una cosa no nos damos cuenta de lo que nos ha hecho sentir lo anterior”, aclara la psiquiatra Anabel González. Un recurso útil que puede desbordarnos siempre que no las aceptamos, comprendamos o gestionemos. Es el primer paso para que jueguen a nuestro favor.

* Ángel Rull, psicólogo.