Hablar de desiertos trae a la memoria paisajes remotos, inertes. Lugares del planeta consumidos por la crisis climática. Quizás irrecuperables, con ese aspecto de tierra agrietada, o de infinitas dunas quemadas por el sol. Pero la definición de desierto se aplica de igual manera bajo el mar, donde los bosques submarinos se ven cada vez más amenazados por los elementos. Para tratar de advertir y revertir esta situación, un grupo de investigadores ha iniciado un ambicioso proyecto de detección y resolución del problema. Y como la ciencia en España está como está, animan a la sociedad a que les eche una mano. Porque los océanos son un paisaje mágico, pero también aportan parte de la amplia despensa que consumen los seres humanos.

Jordi Boada, investigador posdoctoral de la Universitat de Barcelona, es quien coordina el trabajo en nombre tanto de la UB como del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (Girona), dependiente del CSIC. Boada es de esas personas que casi pasa más horas dentro que fuera del agua, así que a pesar de su juventud, sabe bien de qué habla. Cuenta que el objetivo es «entender dónde están y cómo son los desiertos submarinos para poder evitar su formación y promover la recuperación de los ecosistemas».

Los bosques sumergidos, como los terrestres, son fuente de oxígeno. Y, como tal, su existencia es vital para garantizar la supervivencia de la fauna marina.

CALENTAMIENTO // Las causas de la creciente desolación submarina están bien identificadas: «Calentamiento global, sobrepesca, entrada de especies invasoras y contaminación». ¿Pero de verdad esto puede afectar al hombre? «Desde luego que sí, porque muchas de las especies que solemos consumir necesitan estos bosques para desarrollarse, ya sea para alimentarse o para refugiarse». O sea, del mismo modo que sin hierba no hay vacas, sin algas no hay peces. Y no se trata únicamente de tener más o menos diversidad en las pescaderías: es también un potencial problema para un importante sector económico.

Para que la cosa se entienda bien, Boada aporta un par de ejemplos recientes. En Perth, en el suroeste de Australia, se produjo una anómala ola de calor que hizo colapsar una superficie marina equivalente a 130.000 campos de fútbol. Más cerca, en el Mediterráneo, la entrada del pez conejo por el canal de Suez ha resultado ser catastrófica para la flora submarina. El nombre del bicho es incluso simpático, pero se trata de un auténtico depredador herbívoro que ha causado serios daños en las costas orientales. «Por el momento no consta que haya logrado alcanzar nuestro litoral, pero si lo hace, el daño que cause puede llegar a ser irreversible», advierte Boada.

El pez conejo llegó por sus propios medios atraído por las aguas cada vez más cálidas del Mare Nostrum, pero otras especies han cruzado el estrecho de Gibraltar en las aguas de lastre de un buque cualquiera. Otro de los animales marinos que se ha aprovechado de la situación, y es algo habitual en el Mediterráneo, es el erizo, un herbívoro atroz que ha podido ir consumiendo bosques ante el descenso poblacional de sus tradicionales depredadores, como el sargo, víctima, como otras especies, de la sobrepesca.

El aumento de los desiertos causa la disminución de los recursos alimentarios de los que dependemos. No obstante, las zonas inertes marinas sí pueden recuperarse y generar vida.