Nuestro estado de ánimo impacta de forma directa en aquello que comemos, cómo lo comemos, el deporte que hacemos y, sobre todo, cómo todo esto nos hace tener un peso u otro. Engordamos o adelgazamos en función de cómo nosotros nos sentimos y hay emociones que nos influyen más que otras. De hecho, controlar y saber gestionar estas emociones, hace que nuestras rutinas cambien y también lo haga nuestro cuerpo.

La concepción tradicional ha entendido el peso corporal como resultado únicamente del número de calorías ingeridas y quemadas. Los métodos de adelgazamiento se han centrado en controlar la alimentación e incrementar la actividad física. Sin embargo, la concepción actual introduce una variable imprescindible: el papel que juegan las emociones. Y, no solo por el hambre emocional o la gestión del estrés, sino por cómo se presentan esas emociones en otros momentos y que, aunque sea de forma más indirecta, acaban impactando en nuestra alimentación.

CEREBRO QUE ADELGAZA

La cultura en la que nos desarrollamos gira en torno a la comida. Las celebraciones o los planes que hacemos socialmente consisten en comer o cenar con otras personas. No es solo una cuestión de supervivencia, sino que hemos unido la alimentación a lo social, lo espiritual y lo personal. De esta forma, en todos esos momentos en lo que necesitamos comer, dentro o fuera de casa, lo haremos también desde el cómo nos sentimos. Haremos deporte si nos encontramos motivados y nutriremos bien al cuerpo si no estamos desbordados. Las emociones nos engordan porque guían cada parte de nuestro día a día.

Las siguientes emociones se relacionan de forma directa con la alimentación, con el sobrepeso y con la obesidad:

Soledad y tristeza

Estas dos emociones se encuentran unidas en relación a la comida. Se retroalimentan y generan un vacío que queremos llenar. Lo solemos hacer a través de la comida. Esto se debe al rechazo que podemos tener en muchas ocasiones a estar solos, por una baja autoestima o experiencias pasadas desagradables que estén relacionadas.

La tristeza es una emoción que induce al desarrollo, aunque pueda parecer lo contrario. Aparece para que busquemos la forma de mejorar, siempre y cuando no haya pensamientos obsesivos. Escucharla nos dará pistas sobre nuestras necesidades. En ese momento, una vez atendida, deberemos buscar dicho desarrollo.

Miedo

El miedo es la emoción que nos ayuda a buscar la seguridad, protegernos y poner límites. Decir 'no' lo hacemos desde esta emoción. Cuando el miedo está elevado, genera estrés y ansiedad de forma continuada. Todo nos da miedo y todo son amenazas. Sin embargo, hacia los demás lo que crea es lo contrario, ausencia de límites. Nos dejamos invadir, no somos asertivos y vivimos con la culpa y la vergüenza. Esta emoción ha sido reforzada durante años y el concepto de dejarse invadir por los demás se convierte en sobrepeso cuando nosotros mismos ingerimos más alimento del que necesitamos, rompiendo los límites de la salud.

Rabia

La rabia tiene siempre un carácter positivo, ya que nos defiende de los ataques y las manipulaciones, salvaguarda nuestra integridad y busca el equilibrio y la justicia. Sin embargo, lo positivo se vuelve negativo cuando se eleva demasiado. Aquí el cerebro se acelera y la llegamos a sentir por todo nuestro cuerpo. Genera altibajos emocionales que buscamos equilibrar con la comida, ya que, de forma natural, ingerir alimento nos relaja.

La obesidad y el sobrepeso han dejado de verse como un problema de calorías o deporte. Actualmente buscamos sentirnos bien desde el trabajo terapéutico en emociones, desde entendernos y buscar así comer mejor o hacer una mayor actividad física. Las emociones hablan de nuestras necesidades y así se reflejan en nuestro cuerpo.

* Ángel Rull, psicólogo.